TRACKLIST. Pincha aquí para ver el listado de cuentos y las canciones que los inspiran (y si pinchas en los títulos en azul o rosa, podrás leer el cuento).

De la contraportada del libro

29 canciones. De Los Planetas a Pulp, pasando por Surfin´ Bichos, Pet Shop Boys y Lou Reed. De todas las cosas que se pueden hacer con ellas, Federico Montalbán escribió 26 cuentos. Y Casanovas, sin leerlos, constuyó la banda sonora en imágenes mientras oía las mismas canciones. Música, literatura e ilustración. Tres en uno.

martes, 2 de noviembre de 2010

Easy Pop Weekend

Este sábado presento "Cuentos pop" en el Easy Pop Weekend. Es una gran noticia porque en estos tiempos que corren, los libros tienen una "vida pública" muy corta y esta presentación llega casi un año después de que el libro se editara. Después habrá un concierto de Ally Kerr. Ahí va un vídeo:

martes, 26 de octubre de 2010

Documentos desclasificados

El Gobierno Autónomo y Ficticio de Espinardo (más conocido por sus siglas GAFE), ha desclasificado un grupo de documentos entre los que se encuentra la siguiente foto:



La imagen fue tomada durante la entretenida e inolvidable tertulia sobre el libro "Cuentos pop" celebrada en el centro cultural de la citada población. Podría decir lo que estaba pasando en ese momento, pero es mejor que cada cual se imagine lo que quiera.

jueves, 23 de septiembre de 2010

La dama y las metáforas

Canción: This Boots Are Made For Walking
Artista: Nancy Sinatra
Álbum: Boots




Un hombre perfecto. Recuerdas a tu madre, cepillándote el pelo delante del espejo de marco dorado de tu dormitorio, enumerando las mil cualidades del hombre perfecto. Las mil cualidades que encontró en el último hombre perfecto. El mismo con el que te vio subir al altar. Te cepillaba el pelo, lentamente, buscaba tu mirada reflejada en el espejo y te hablaba de un hombre respetado por los demás, elegante, hermoso, de conversación agradable, de apellido rimbombante, dueño y señor de una gran fortuna y de una sonrisa irresistible. Mirabas los ojos de tu madre, profundos en el reflejo, y sentías que todo lo que decía era cierto y que no habría mayor felicidad en la vida que un hombre perfecto.

La perfección del hombre era la cúspide de una vida perfecta. Tu madre quería que todo fuera perfecto, desde el pelo hasta las uñas de los pies, desde las cofias blancas del servicio hasta los zapatos negros del chófer. Y como una madre siempre tiene razón, deseaste con tanta fuerza como ella que tu vida fuera perfecta y, especialmente, que tu hombre fuera perfecto.

Tuvo que morir tu madre para que la Perfección empezara a resquebrajarse. Los añicos caían por doquier y eras incapaz de dar un paso sin que rechinaran aplastados bajo tus exquisitos zapatos de tacón.
La Perfección era perfecta. Era, también, fría y terriblemente aburrida. El cocinero, formado en las mejores escuelas de París y Cataluña, os preparaba un menú distinto cada día. Tú fantaseabas con mancharte de kétchup comiendo en un McDonald. La niñera vestía a tu bebé con vestidos llenos de puntillas y lazos. Tú querías jugar con él en ese parque público que veías siempre al volver de la guardería. Que sus llantos no te dejaran dormir por la noche. Que los pezones te dolieran al dar de mamar. Sentir cierta repulsión al cambiarle los pañales sucios. El teléfono sonaba para invitarte a alguna inauguración en la galería más in de la ciudad o al último cocktail del año. Tú querías que algún pervertido te llamara y gimiera al otro lado del teléfono mientras que tú, asustada, preguntabas quién era. Tu marido, el hombre perfecto, te daba un beso de buenas noches después de ejercer el matrimonio como un misionero culpable. Tú querías que el monitor del gimnasio, el moreno, no el rubio, te hiciera de todo en la cama. Ah, lo vulgar. Desde la Liga de mujeres por el arte organizabais conciertos privados de música clásica. Mahler, Bach, Stravinsky. Tú, en secreto, llenabas tu Iphone de soul, R&B, bebop.

Un día, tu marido, vestido con su camisa favorita de madrás y con el bronceado actualizado después de la conveniente sesión de rayos uva, te dijo que pasaría algunos días fuera de casa. Se marchaba a Londres a cerrar unos asuntos. Ese mismo día, el monitor del gimnasio, sudado, vestido con ropa barata de Decathlon, te dijo que si no tenías planes para esa noche, te invitaba a cenar. Era el rubio pero aceptaste igualmente.

Cenasteis en un sitio de esos de comida rápida. Fuisteis a bailar a una discoteca de moda. Y después... Lo que pasó después te mostró que el que durante años había pasado por ser el hombre perfecto estaba a años luz de lo que de verdad querías. Algo había explotado en tu interior. Había tanta imperfección que disfrutar ahí afuera que decidiste que no había un segundo que perder.

Esperaste pacientemente a que regresara de cerrar sus asuntos. Le sentaste en su sillón favorito de la biblioteca, le serviste personalmente un té Earl Grey y le explicaste tu nueva visión de la Perfección. También le dijiste que tus abogados, tantos como los suyos, habían comenzado a tramitar el divorcio. Él te miraba sin cambiar el gesto y tras dejar la taza con sumo cuidado en la mesa, exclamó que no entendía nada. Intentaste explicárselo de otra manera y, en ese inglés tan bien pronunciado que hablabais los dos, le dijiste: This boots are made for walking. Él siguió sin entender nada. Las metáforas no eran lo suyo. Pero insististe, esta vez con una metáfora a medias: Que este coño está hecho para follar y no para eso que haces tú en la cama una vez al trimestre.

Saliste de la biblioteca dejándole con los espasmos del soponcio y marcaste el número del monitor del gimnasio. Del moreno.

lunes, 16 de agosto de 2010

SkandalKonzert


Canción: Do the Funky Chicken
Artista: Rufus Thomas
Álbum: Do the Funky Chicken





Sinceramente, pensé que era buena idea. De verdad, pensé que vestir a 23 niños de pollos y hacerles bailar el Do the Funky Chicken del gran Rufus Thomas para el baile fin de curso era una buena idea. No me engañaba y sabía que no podía esperar que, en una época como la actual en la que el entusiasmo brilla por su ausencia, mi idea fuera recibida con vítores y aplausos. Mucho menos pensaba que las madres y los abuelos acabarían levantándose de sus asientos  y bailando el baile de la gallina como las multitudes enfervorecidas del video que se puede ver en Youtube. Pero lo que tampoco esperaba era acabar con un ojo morado, varias costillas rotas y las cuatro ruedas del coche pinchadas. Afortunadamente, yo también me vestí de pollo y el traje, lleno de gomaespuma, absorbió la mayoría de los impactos. 

Una amiga mía pasó una temporada en Chiapas junto a una amiga suya que era enfermera. Cuando las mandaban selva adentro o selva afuera, su amiga decía: Enfermera soy, donde me mandan voy. Hice mía la frase y la usaba cada vez que tenía oportunidad. Cuando en la Asociación de Madres y Padres de Alumnos dijeron que el claustro había decidido no organizar ningún baile de fin de curso a no ser que alguna madre se ofreciera voluntaria para preparar la actuación, me dije: Del AMPA soy, donde me mandan voy, y me presenté voluntario. 

Todos lo vieron fenomenal, supongo que no imaginaron que vestiría a sus hijos de pollos y les haría bailar a ritmo de soul. Algo que, sigo sin entender la razón, consideran detestable. 

Los niños recibieron con gran algarabía mi idea. La canción les gustó desde la primera audición. Y enloquecieron cuando llegaron los trajes de pollo que había encargado a la mejor tienda de disfraces de la ciudad. En apenas dos ensayos, aprendieron todos los pasos y algunos de ellos, los más atrevidos, aportaron varias ideas brillantes para el baile. 

La actuación salió mejor que cualquiera de los ensayos. Yo les iba marcando los pasos ataviado con mi disfraz de pollo gigante pero ninguno me miró. No les hizo falta, la música les dictaba qué hacer. Miraba de reojo al público cada vez que tenía ocasión, esperando ver gestos de conformidad y sorpresa. Pero solo veía muecas de horror o rostros desencajados. Empecé a prever el desastre. 

Cuando acabó la canción, un silencio sepulcral se apoderó del auditorio. Les hemos dejado sin palabras, les susurré a los pequeños bailarines, y me los llevé corriendo al backstage. 

Enseguida llegaron las madres y se llevaron corriendo a los niños, dándoles fuertes tirones de los disfraces de pollo para quitárselos cuanto antes. Los padres se demoraron algo más. Tenían varias cosas que decirme y muchas patadas que darme. Los golpes no me dolieron mucho. Los insultos no me ofendieron en exceso. Lo que peor me sentó fue la falta de respeto al gran baile que habían hecho los niños y a la feliz música del maestro Thomas. 

Tardé un par de días en quitarme el traje de pollo gigante. Temía que, al hacerlo, las costillas rotas se desparramaran y que muriera por descompresión pulmonar. Cuando por fin me libré de él, pensé que todo había pasado. Una vez más me equivocaba. 

Cada vez que salía a la calle, la gente cacareaba a mi paso y fingían mover las alas histéricamente. De vez en cuando, me lanzaban huevos. Al cabo del mes, mi mujer me dijo lo que pensaba de mí desde hacía mucho tiempo: Eres un fantoche. Y empezó los trámites para el divorcio. Al empezar el curso, la directora del centro me comunicó que la situación se había hecho insostenible. El resto de padres habían recogido firmas para expulsarme del colegio. Ella  no podía hacer tal cosa, faltaba más, pero me recomendaba vivamente que pidiera el traslado voluntario de mi hijo a otro colegio. 

Mi genial idea para el baile de fin de curso acabó, de forma completamente sorprendente, hundiéndome la vida. No me preocupo en exceso porque sé que el problema está en los demás. Algunas tardes, mi hijo y yo nos volvemos a colocar los disfraces de pollo, subimos el volumen a tope y nos dejamos llevar por al ritmo de la gallina funky. Solemos acabar el baile con un paso que incluye un gran corte de mangas al resto de la humanidad.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Obdulia, la dinamitera




Artista: Eels


De no ser por la condición masculina de los que escriben la Historia, Obdulia Fueyo Álvarez (http://es.wikipedia.org/wiki/Obdulia_Fue%C3%A1n) ocuparía un lugar privilegiado en las crónicas de la España Negra. Pero su crimen fue contra los símbolos más profundos de la hombría íbera (y universal) por lo que tuvo la correspondiente doble condena: garrote vil y olvido. Pero estando Obdulia de por medio era de esperar que la voluntad masculina acabara por mostrarse impotente. Con las uñas ensangrentadas y cubiertas de tierra, su recuerdo salió a la superficie después de excavar los metros de tierra bajo los cuales había sido enterrado y un grupo feminista honró su memoria llamándose Grupo Obduliano por la Liberación Femenina, más conocido por las siglas GOLF (http://www.rrebelion.org/documentos.php?id=110770&titular=la-historia-de-golf-un-movimiento-feminist%F3gica-). La desafortunada coincidencia provocó que el grupo acabara disolviéndose a finales del siglo XX, con el boom del deporte elitista en cuestión.

Se cuenta de Obdulia que, haciéndose pasar por hombre, consiguió trabajo en una de las minas más productivas de Asturias. Investigaciones posteriores apuntan a que se trata de una reformulación más del mito de la mujer travestida. Lo más probable es que Obdulia acudiera a la mina a cara descubierta y gracias a su habilidad, casi sobrehumana, en el manejo de la dinamita consiguiera que la contrataran. Hasta ese momento no hay datos sobre mujeres mineras por lo que podría afirmarse que Obdulia fue una pionera.

Manejaba la dinamita con una precisión y eficacia apabullantes. Donde otros pasaban días calculando la carga necesaria y los metros de mecha convenientes, ella empleaba dos o tres segundos. No hay constancia de que su pulso temblara alguna vez. La maravilla definitiva consistía en verla posicionarse al borde mismo de la explosión. La mina temblaba de arriba abajo y ella asistía impasible a la conmoción de la Tierra. De vez en cuando, alguna esquirla volaba más de lo esperado y le dejaba una hermosa cicatriz en la cara.

Los curiosos que se acercaban al pueblo atraídos por la leyenda de la dinamitera, lo hacían esperando encontrar una mujer cejijunta, con bigote y rasgos simiescos, de hombros anchos, pecho plano y piernas rotundamente cilíndricas. No daban crédito al encontrarse una mujer curvilíneamente femenina y de un atractivo completamente gravitacional.

Lobo Feroz era otro de los trabajadores de la mina. El apodo se lo ganó a pulso, a base de devorar jovencita tras jovencita. Sus atractivos parecían ser irresistible a todo ser humano con dos cromosomas X en su genotipo. Quizás por eso las continuas negativas de Obdulia le llevaron a un punto de desesperación absoluta. El hombre por antonomasia no podía aceptar un rechazo más. Tomaría por la fuerza lo que no se le entregaba voluntariamente.

Los distintos testimonios no acaban de ponerse de acuerdo sobre los hombres que acompañaron a Lobo Feroz en la fatídica noche. Los documentos judiciales incluyen tres nombres, además del suyo, como víctimas posteriores de Obdulia. Así que, al menos fueron cuatro los que se presentaron por la noche en casa de la dinamitera, forzaron la puerta, llegaron hasta su habitación y la violaron.

Los archivos del médico rural de la zona (http://www.archivushistoricus.langreo.es/fondos06.htm) permiten afirmar que lo que sigue es cierto, detalle más, detalle menos. El primero de ellos optó por la violación oral. Olvidando que una boca tiene labios, lengua, paladar y también dientes. La dentadura de Obdulia estaba en perfecto estado.

Después de aquello, los demás optaron por la violación vaginal con más saña de la que habían pensado emplear en un primer momento. Otra podría haber muerto después de tanta brutalidad pero no Obdulia, la dinamitera.

Otros archivos, esta vez del médico forense (http://www.archivushistoricus.langreo.es/fondos17.htm), permiten afirmar que lo que sigue también es cierto, esta vez con todo detalle. Tres noches después, Obdulia se vengó. Con el primer violador no se molestó, al fin y al cabo se había llevado ya su merecido. A los otros tres los fue llevando uno a uno a la mina. A solas todos eran más débiles, más cobardes, que ella. A los dos primeros les colocó el cartucho de dinamita en la boca. A Lobo Feroz se lo metió por el culo. Y fue uno de calibre grueso.

Al igual que cuando hacía explotar rocas y tierra, se colocó en la frontera misma de la explosión. Tres rotundos fogonazos iluminaron la mina y algunos trocitos inofensivos de violadores golpearon, apenas sin fuerza, contra la dinamitera. No hay documento alguno que confirme que esto acabara así pero conociendo a Obdulia, es lo más probable.

domingo, 1 de agosto de 2010

Lord Dilema



Canción: Lady dilema
Álbum: Impermeable




-No sé. Las de lino son más bonitas pero nunca se sabe cuándo volverá a ponerse de moda el tergal. Y el lino, qué precio y siempre arrugado. El tergal no se arruga. No me decido.

El dependiente no pudo controlar el tic que le asaltó en el ojo izquierdo. Mantuvo el rictus de falsa amabilidad y le propuso al cliente, cualquier cosa con tal de salir de ese momento de indecisión que se alargaba hasta lo intolerable, enseñarle otros juegos de sábanas. Cuando vio la cara de terror de la mujer, comprendió que había cometido un error fatal.

Por suerte, ella misma salió en su auxilio.

-Cariño –empezó a decir con una voz cargada de paciencia- el lino no nos lo podemos permitir. Compremos las de tergal.

El dependiente suspiró aliviado cuando los vio salir de la tienda.

-¿Crees que hemos hecho bien?

-Seguro. Con lo que nos hemos ahorrado podemos irnos al cine y a cenar.

-No es mala idea. Podíamos ir a un mexicano. ¿O qué tal un chino? ¿Y luego qué te apetece ver, una de acción o alguna de llorar? Yo no sabría qué decir…

La mujer resopló y dijo que se encontraba mal.

-Mejor nos vamos a casa –propuso.

Algunos años después, el hombre, al que todos llamaban con una mezcla perfecta de cariño e irritación, Lord Dilema se encontraba en la cama con otra mujer. Era su tercer encuentro clandestino. Sin darse cuenta, se vio envuelto en una aventura amorosa. Llevaba más de diez minutos intentando decidir si prefería usar un lubricante natural o uno artificial. A su recién estrenada amante le parecía graciosa su incapacidad para decidirse. Suele pasar en el amor, al principio nos hace gracia cosas que después detestaremos con todas nuestras fuerzas.

La situación en la que se vio envuelto le produjo tal angustia que en cuestión de pocas semanas las dos mujeres sabían lo que estaban pasando. La primera le dijo que no consentiría que aquello durara ni un día más.

-Tienes que decidirte –le dijo sabiendo que era como pedirle a alguien sin piernas ni brazos que ascendiera al Everest solo con sus propios medios.
Un poco antes, la segunda le había dicho que la clandestinidad era emocionante pero en pequeñas dosis. No estaba dispuesta a seguir siendo la segunda.

-Tienes que decidirte –le dijo sin ser consciente de lo que le pedía.

El hombre fue dando tumbos de una a otra. Lloriqueando como una criatura recién nacida y repitiendo desquiciadamente que no se podía decidir. Las mujeres tuvieron que tomar la palabra:

-Si no puedes decidirte, tendré que hacerlo yo por ti. Está claro que si has empezado a verte con esa es porque no eres feliz conmigo. Será mejor que te marches con ella.

-Si no puedes decidirte es porque la sigues queriendo. Está claro que lo nuestro no ha sido más que una cana al aire. Será mejor que vuelvas con ella.

Y así fue como, cuando quiso darse cuenta, estaba sentado solo en el rincón de un bar decidiendo si se emborrachaba con whisky o con ron.


lunes, 26 de julio de 2010

El narrador omnisciente (I)




 
Artista: Cecilia
Álbum: Un ramito de violetas


Hola. ¿Qué tal? ¿Bien? Venga ya. Regular, como mucho. Has dicho “bien” por puro formalismo. Estamos en los comienzos del siglo XXI, nadie está bien. Pero que conste que te agradezco que respondas así. Si hubieras dicho la verdad, debería animarte con unas palabras de consuelo y, francamente, no me apetece nada de nada. Además, me distraería de lo que quiero contarte, que no es otra cosa que la historia de María y Mario.

Evidentemente, no contaré toda su historia, esto es un cuento con una normas muy estrictas, al menos en cuanto a extensión. Y una cosa es ser un narrador omnisciente y otra, muy distinta, ser un narrador omnipotente, algo desconocido hasta el momento.

María y Mario se conocieron de una u otra forma. No es relevante. Les hizo gracia la coincidencia de los nombres y eso dio pie a la conversación. La conversación al flirteo, el flirteo al roce, el roce al cariño, el cariño al compromiso y el compromiso al aburrimiento. Luego dirán que soy un triste pero, qué queréis que le haga, así son las cosas.

Ella, después de dar tumbos de ONG en ONG y cuando pudo sacudirse por fin cierta inseguridad hacia sí misma se afilió a un partido político. Subió como la espuma. Pero eligió un partido de los marginales así que lo alto de la espuma llegaba más bien bajo. A pesar de ello, la brillantez de María convenció a un buen puñado de votantes y llegó a ser concejala. Se tomó las cosas en serio y aparecía poco por casa.

Por su parte, Mario también dio tumbos, algo más desorientados, eso sí. Enumerar sus trabajos sería un ejercicio de eclecticismo interesante: peluquero canino, encuestador, catador secreto para una marca de coñac, chófer personal de un catedrático, encargado de un invernadero, pintor de brocha gorda y etcétera. Pero lo que él quería era escribir. Mejor dicho, quería ser escritor, que lo denominaran así, que lo señalaran por la calle, ganar dinero vendiendo libros. Locos los hay por todas partes, también en las historias de desamor que es lo que, al fin y al cabo, es esto.

Mario consiguió publicar algo por aquí y algo por allá. Todo con el éxito justo. También publicó un blog con cierta repercusión durante cierto tiempo.

En plena crisis de pareja, a María, que leía el blog de Mario en los ratos libres en su despacho de concejala, se le ocurrió la idea de adoptar una personalidad ficticia para dejar comentarios a las entradas que su desamante subía a diario. Se abrió un perfil en blogger y empezó a coquetear de forma descarada con Mario.

Al principio, Mario se desentendió del asunto, no le parecían serios esos comentarios tan atrevidos en público. Pero cuando recibió un mensaje al correo del blog remitido por la misteriosa lectora, se le disparó la imaginación. Durante algunas semanas, intercambiaron correos y chatearon un par de veces. Finalmente, ella se decidió a pedirle una cita. Mario dijo que sí. Por fin podría escapar del aburrimiento conyugal. Pero en el último momento, cuando ya tenía perfectamente ajustado el nudo de la corbata y relucientes los zapatos a más no poder, sintió una punzada de arrepentimiento en el estómago. Se sentó desfallecido al borde de la cama y se quitó la corbata dando torpes tirones.

Esa noche, María llegó tarde a casa. Mario ya dormía. Se tumbó a su lado y no sintió nada. En ocasiones, Mario emitía ciertas vibraciones amatorias o desprendía un calor reconfortante o incrementaba ligeramente la gravedad de los cuerpos o producía una respiración acompasada que la dejaba hipnotizada. Pero esa noche no sintió nada. Como si a su lado no hubiera nadie. Ni nada. Solo un vacío cósmico. Un agujero negro. El cero absoluto. -273º Kelvin.

Y aquí termina la historia de María y Mario. Como no soy un narrador omnipotente, ya lo he dicho, no puedo cambiar el final. Pero como sí soy un narrador omnisciente, puedo saber qué habría pasado si Mario hubiera acudido a la cita. Tampoco hay que ser muy listo para imaginarlo. Seguro que tú ya lo sabes. Ella habría sonreído maliciosamente. Él habría dicho tierra trágame, se habría puesto rojo como un tomate y habría tartamudeado durante toda la cena. Después, desnudos en la cama, ella se habría esforzado por superar ese conato absurdo de celos y él se habría preguntado cómo podía haber estado tanto tiempo alejado de ese cuerpo.

De acuerdo, nada nos asegura que la llama recuperada del amor hubiera durante para siempre. Pero este cuento habría terminado mejor de lo que termina. Al menos habría acabado con una temperatura más alta.

miércoles, 21 de julio de 2010

Ilustraciones inéditas de José María Casanovas

Reseña en El placer de la lectura

Copio y pego la reseña aprecida en elplacerdelalectura.com y escrita por Ysabel:

Hace un par de semanas, en el programa de la 2 "Página 2", se habló de la banda bonora que tienen algunas novelas. Es cierto, muchas veces, ya sea por obra y gracia del escritor o del lector, que hay una música que va paralela a la historia que se está desarrollando. Y, en el caso de este libro de la editorial Morsa, la banda sonora forma parte esencial de cada uno de los relatos que componen esta colección de "Cuentos Pop" que, si os soy sincera, me han sabido a poco; así que espero que sus autores se animen a sacar un segundo volumen y si está acompañado de un disco con las canciones del mismo mejor que mejor (aunque he visto en un blog que en Spotify, se puede escuchar cada una de las canciones y álbumes que dan título a cada uno de los relatos).

La primera vez que leí acerca de estos Cuentos fue en Facebook. Tengo agregada a la editorial y pusieron una nota con uno de los cuentos. Nada más leerlo me entraron unas ganas enormes de leer el resto.

Esta colección de cuentos está dirigida especialmente a quienes amamos la música. Los puede leer cualquiera pero se leen y llegan de forma distinta si eres un amante de la música ya que cada una de las palabras tiene algo que te llega muy adentro, algo no sólo especial sino bastante difícil de explicar con palabras. La colección la componen 26 cuentos que se basan en 29 canciones de lo más variadas, canciones que van desde "Amor Abollado" de los Surfin'g Bichos, hasta el "Go West" de Pet Shop Boys pasando por "Agujeros Negros" de La Habitación Roja o "Arponera" de Esclarecidos.

Cada una de estas canciones, de estos títulos dan pie a un relato. Algunos de ellos, como el de " Pequeña nota autobiográfica I" - que tiene a los Pet Shop Boys como protagonistas tiene unos matices que te hacen pensar si es o no autobiográfico como reza el título; otros como " Díez días en la vida de un superhéroe"- con la canción de The Jam "Batman Theme" como Banda Sonora son más ficticios.

Esta variedad de temas hace que también sea difícil tejer un resumen pues no hay un argumento general. Son relatos, muy cortitos, que se leen de forma independiente. Cortitos pero muy bien escritos.

A mí uno de los que más me ha gustado es "Pequeña Autobiografía" este fue el primero que leí a través de Facebook y me he sentido bastante identificada con él lo mismo que "Pequeña Autobiografía ( III)"como su protagonista, también han habido muchas canciones o películas que me han emocionado y siguen haciéndolo sólo con escuchar sus primeros acordes.

No sé, es un libro muy cortito de a penas 108 páginas que se leen en un santiamén. No sólo dejan ver la calidad literaria sino el buen gusto musical de su autor. Cada uno de los relatos, además, va acompañado de unas ilustraciones muy buenas. El relato que se basa en la canción de Pet shop Boys tiene una ilustración de lo más impactante: es la escena final de la película "El Planeta de los Simios" pero en vez de estar la cabeza de la Estatua de la Libertad hay un casco de Coca Cola, imagen más pop que esta no puede haber.

Me agradan mucho las editoriales que apuestan por aventuras literarias un poco arriesgadas porque hay mucha calidad en cada una de ellas y es agradable poder disfrutar y leer algo más. Estos relatos son Pop al cien por cien, te sientes un poco " chica Ye ye" tras leerlos.

Ysabel - La bibliotecaria de El Perelló

jueves, 20 de mayo de 2010

Libélula pop y AUX Magazine

Ayer, buscando en Google, me encontré por casualidad con un programa de La Libélula (Radio3), dedicado a los "Cuentos pop". Fue toda una sorpresa. Interpretan varios de los cuentos, algunos ligeramente adaptados, y está chulísimo. Si alguien quiere escucharlo, que pinche aquí.

Hace algunas semanas, salió una entrevista en AUX Magazine. Lo interesante es que también entrevistan a José María Casanovas, el ilustrador;

martes, 11 de mayo de 2010

Objetos encontrados (II)

Este envoltorio de golosina nos lo encontramos siempre, previo pago de veinte céntimos, en una tienda de chuches que hay enfrente de la Fnac de Murcia:



Y la inevitable canción
que mola un montón:

martes, 13 de abril de 2010

Objetos encontrados (I)

Colección de objetos encontrados (a imagen y semejanza de la exposición que hay en la Fundación Antonio Pérez de Cuenca) con la palabra "pop".



Tapón de metal de una botella de cristal de zumo de piña. Encontrado en un bar de carretera en la frontera entre Murcia y Albacete.

sábado, 3 de abril de 2010

La terapeuta y el Donjuan

Canción: Gloria
Artista: Mando Diao
Álbum: Give Me Fire


-Bien, tú dirás. ¿Cómo te encuentras?

-Bueno, debo reconocer que me cuesta explicarme, estoy un poco como dice esa canción: Bien tirando a muy mal... ¿De verdad tengo que decir eso?

-Sí, ya sabes cómo le gusta citar a Fernado Alfaro. En todo caso, sería mejor que no nos distrajéramos y nos centráramos en la cuestión que te ha traído aquí.

-Sabes que no hay ninguna cuestión que me haya traído aquí. Vengo todas las semanas. Forma parte de esa cadena absurda que nos hemos impuestos los terapeutas. Los que hacemos terapia debemos ser tratados también. Así sanamos al sanador. Y bla, bla, bla.

-Te noto enfadada.

-Te noto perspicaz.

-Si quieres lo dejamos.

-¿Sería eso posible?

-La verdad es que no. Perdona, no sé por qué lo he dicho. Los dos sabemos que debemos estar aquí sentados hasta que contemos todo lo que se espera de nosotros.

-Estupendo.

-Por eso no estaría mal que empezaras cuanto antes.

-Está bien. Sabrás que llevo varias semanas tratando a un paciente que llegó a mi consulta por un caso típico de donjuanismo. No llegó muy convencido. Digamos que las circunstancias le empujaron hasta mí. Su última conquista resultó ser una mujer... ¿cómo decirlo? Algo violenta. Al sentirse despechada, le dio una considerable paliza y el hombre acabó en el hospital... Por favor, esto es absurdo, todo esto ya lo sabes, yo no hablo así. Estamos alterando la realidad. Es absurdo, pomposo y artificial intentar narrar una historia solo con diálogos. Me parece muy bien su fascinación por el Sentido de la maravilla, por el golpe de efecto, pero debería cuidar un poco más el naturalismo de las conversaciones. Seguro que ahora corrige alguno de los dos “absurdos” que acabo de decir. Muerte al escritor que repita palabras aunque sea en un supuesto diálogo entre personas normales. Que use un narrador omnisciente para dar los detalles y me deje hablar como una persona normal.

-Él lo quiere así, no creo que haya mucho que discutir.

-Él lo quiere así. Estoy harta de este sometimiento en el que vivimos.

-Por lo que más quieras, continúa.

-Lo que tú digas. Uno de los traumatólogos que lo atendió me conocía y le sugirió que estaría bien que me visitara. Al principio se mostró reticente, según él mismo me confesó, pero el dolor de un par de huesos rotos puede ser muy convincente. Era consciente de que, en parte, la responsabilidad del lío en el que se había metido era suya y se decidió a ser tratado.
     >>Empezamos la terapia de forma habitual. Reconozco que enseguida me puse en alerta. Ya sabes que siempre hay un momento en el que el paciente se enamora del terapeuta y me picaba la curiosidad de ver qué haría mi Don Juan cuando le llegara el momento.
     >>En la segunda o tercera sesión, surgió el sueño. No tuve que insistir mucho ni pedirle que tomara nota de lo que soñara cada noche. Aquel sueño se repetía de forma insistente desde que era pequeño. Entraba en un cine. No había nadie. De repente, entraba una chica y se sentaba a su lado...

-¿Sabes que le he estado dando vueltas a lo que siempre hemos hablado de los sueños?

-¿Perdona?

-Sí, ya sabes, a lo difícil que es plasmar los sueños en una narración, una película o un dibujo.

-Que yo sepa tú y yo nunca hemos hablado de eso. Además, me has interrumpido, estaba contando el sueño de mi paciente...

-Pues creo que he dado con la clave. Intentaré explicarme. Siempre me he preguntado por qué es tan poco habitual soñar con el nacimiento y cosas de nuestros primeros meses de vida. Al fin y al cabo, esas vivencias son nuestras y aunque no las recordemos conscientemente, nada impide que los sueños que tuvimos entonces se repitan ahora. El error de este planteamiento mío era dar por hecho que los sueños de un bebé se forjan con los mismos códigos que los de un adulto. ¿Sueña el ciego que ve? Ya sabemos que no, que en los sueños de un ciego salen ruidos, olores, caricias, pero no imágenes, al menos no imágenes equivalentes a las de una persona con visión estándar. De la misma forma, los sueños de un bebé no tienen nada que ver con los de un adulto porque se basan en la percepción que éste tiene de la realidad. Esos mismos sueños mantienen su presencia en los sueños de adultos y esa es, por decirlo así, la interferencia que los vuelve imposibles de contar con precisión. No sabemos cómo expresar la parte que nuestros sueños conservan del recién nacido que fuimos.

-¿Y todo eso lo has pensado tú solito o te lo ha apuntado Él?

-Bien, perdona por la interrupción, pensé que te interesaría mi opinión.

-Sí, muy interesante tu opinión, estás tardando en mandarla a la American Psychological Association. Aunque, yo de ti, le diría antes a Él que la perfeccionara un poco porque se entiende lo justo.

-¿Podrías seguir con el sueño de tu paciente?

-Por supuesto. Una chica se sentaba a su lado. Iba vestida con calcetines blancos hasta medio muslo, un vestido negro o azul marino, unas tremendas gafas negras rollo sixties y una pamela a juego con el vestido. Al parecer, el paciente desarrolló cierto fetichismo hacia ese tipo de calcetines, por cierto. Miraba a la chica sorprendido de que se sentara a su lado estando todo el cine vacío como estaba. Entonces volvía a mirar a la pantalla y allí estaba ella de nuevo. La misma chica, sentada a su lado y en la pantalla.

-Todos nos hemos enamorado de alguna actriz de cine.

-No era eso. La chica no era nadie en especial, no era reconocible. Lo que sí vi claro es que su donjuanismo estaba arraigado en ese sueño. Y esa era la cuestión que debíamos resolver.
     >>Entonces fue cuando pasaron dos cosas inesperadas. La primera es que curé al paciente y la segunda... bueno, la segunda es que... digamos que no se enamoró de mí, como era de esperar.

-¿Seguro que es así como debes contarlo?

-Esta humillación me parece desde todo punto de vista injustificada. Dudo que vuelva a visitarte después de esto.

-Sabes que no hay nada que pueda hacer al respecto.

-Por lo visto yo tampoco. Lo que sucedió es que, al contrario de lo que suele ser habitual, di con la clave del problema de mi paciente. Y di con ella demasiado pronto. Quiero decir, que no hubo tiempo para que la terapia llegara a ese momento en el que él se enamoraba de mí. Pero, por lo visto, sí dio tiempo a que yo me enamorara de él.
      >>Reconóceme que la situación se las trae.

-Desde luego que se las trae. Curar a alguien en nuestra profesión es tan improbable como un trébol de cuatro hojas. Y enamorarse de un paciente rompe varias normas éticas.

-Como si eso se pudiera controlar. Ahora me dirás que eso no te ha pasado nunca.

-No es esa la cuestión. Cuéntame cómo diste con la solución.

-Una noche me quedé viendo la tele hasta tarde y sucedió una de esas casualidades tan útiles para resolver según qué historias.

-Puedes ahorrarte los sarcasmos.

-Si tú lo dices. Sabes que tengo algunos problemas de sueño. Me adormilé mientras echaban un documental sobre el pop nórdico de comienzos de siglo. Me desperté de golpe cuando vi unas imágenes idénticas al sueño de mi paciente. No conseguí enterarme bien de lo que hablaban así que al día siguiente busqué el programa en internet. ¿Te puedes creer que no lo tenían colgado? Tuve que pedirles encarecidamente que me enviaran una copia del documental. Luego todo fue muy fácil. Las imágenes se correspondía al vídeo de una canción llamada “Gloria” de unos tal... ¿cómo era? Mando... Mando Diao o algo así.
       >>Cuando se lo conté a mi paciente y vio el vídeo, recordó que durante niño, posiblemente en esa edad en la que todavía no somos capaces de retener los recuerdos, vio el vídeo una y mil veces. Su padre se lo confirmó. De ahí surgía su impulso incesante de conquistar mujeres desconocidas.
      >>Resuelto el sueño se acabó el donjuanismo y se marchó para siempre de mi consulta sin intentar conquistarme.
      >>¿Está bien así? ¿Crees que Él se dará por satisfecho?

-Espera, me están haciendo señas... Sí, parece que ha valido. Hemos terminado. Por si te interesa: al parecer, tus interrupciones y quejas estaban previstas, no le han sorprendido.

-Será cabrón. Esto es el colmo. Me largo de aquí. Conmigo que no vuelva a contar para ninguno de sus cuentos de mierda.


lunes, 22 de marzo de 2010

Reseña por Eduardo Guillot


(Ya sabéis: si hacéis click en la imagen se verá más grande)

Y otra reseña en Rockola.

Ilustración inédita y "Tokio ya no nos quiere"

Este estupendo dibujo lo hizo Casanovas para la canción "Tokio ya no nos quiere", de Lori Meyers (cuento: "El idiota")



"Tokio ya no nos quiere" no está en la lista de Spotify y como dije que las iría poniendo (las canciones que no están), ahí va el vídeo:



Es la canción que me enganchó a Lori Meyers. Es de esas canciones que te agarra y ya nunca te suelta. Cada vez que la escucho siento la misma emoción incontenible de la primera vez.

("Tokio ya no nos quiere" es el título de una novela. Una canción inspirada en una novela. Un cuento inspirado en esa canción.)

lunes, 1 de marzo de 2010

Pequeña nota autobiográfica III (car&rain remix)

Canción: La musique
Artista: Dominique A
Álbum: La musique
 


 
Por el retrovisor vio dos figuras que subían por la calle. Andaban cubiertas por paraguas, balanceándose arriba y abajo, como dos camellos por el desierto. Desierto. Quizás por eso le recordaron un dibujo, posiblemente de Moebius. En el dibujo se veía a dos figuras vestidas con ropajes exagerados que se tapaban del sol con sombrillas de colorines. Estaban en mitad del desierto.

En el desierto apenas llueve. En su ciudad tampoco pero esa mañana diluviaba. Las dos figuras llegaron hasta donde él estaba. Refugiado dentro del coche. A las puertas de su casa pero sin ánimo de bajarse. Delante iba una niña que le dirigió una mirada intrigada. Detrás iba la madre, fumando. Los cigarros son como los bostezos. Dan envidia. Le entraron ganas de fumar pero dentro del coche no podía.

Había descubierto que el mejor sitio para escuchar música era el coche. Se sentía envuelto por el sonido, casi, casi dentro del mismo. La música era una especie de armadura mágica que le protegía del mundo. No estaría mal ser un dibujo de Moebius aunque hubiera que sudar a mares bajo varias capas de ropa en mitad del desierto. Cualquier cosa sería mejor que ser un humano, varón, 35 años, apesadumbrado por tantos problemas, desquiciado por las obligaciones que no cesan.

¿Dónde está tu cara? le preguntó su hijo desde la sillita colocada en la parte de atrás del coche. Había notado que allí dentro podía reducir su presencia hasta hacerse algo así como invisible a los sentidos humanos. Era como no estar estando. Por eso, sus hijos, solían pedirle que, de vez en cuando, confirmara su presencia a su lado.

Aquí, le respondió girándose hacia atrás y haciendo una mueca graciosa. Soltó al niño, lo llevó hasta su asiento, lo sentó en las rodillas e iniciaron el ritual de casi todos los días. El niño se empeñaba en cambiar el CD a cada segundo, encendía y apagaba las luces y los intermitentes de emergencia, preguntaba para qué servían todos y cada uno de los botones del salpicadero, intentaba cambiar de marcha. El hombre respondía siempre con las mismas palabras. Lo conocido da seguridad a los niños.

Empezaron una discusión. Su hijo quería quitar el disco y poner otro pero el hombre que prefería ser una viñeta de Moebius o cualquier otra cosa distinta a la que era se negaba. Había sentido unos minutos antes que la canción desataba por ahí dentro una tristeza inesperada y quería dejarse llevar. Las cosas iban bien, llevaba varios días animado pero sabía que la tristeza habitaba de forma permanente en su interior y de vez en cuando debía dejarla salir. Habitualmente eran canciones las que lo conseguían. Había escuchado varias veces “La musique” de Dominique A sin que le dijera nada especial pero aquella mañana lluviosa estaba a punto de hacerle romper a llorar como un bebé.

Estos momentos lacrimógenos eran caprichosos y no siempre venían acompañados de la elegancia de la canción del músico francés. La anterior vez que le sucedió fue con “La gallina cocouaua” de Enrique y Ana.

Del bolsillo de la rebeca se le cayó la caja de pastillas que había recogido unos minutos antes. Paró el coche en segunda fila, dejó a los niños dentro, bajó con el paraguas en la mano, no lo abrió, dejó que la lluvia le mojara, entró en la farmacia, entregó la factura, la chica buscó el pedido y se lo entregó. ¿No hay pastillas rojas? Le había preguntado al médico. Es que me gustan más las pastillas rojas que esas azules que me manda. El médico se hizo el sordo, recogió la receta que salía de la impresora y la firmó. Tal vez pensó que debería doblarle la dosis.

Recogió la caja de pastillas, se la volvió a guardar en el bolsillo y, por fin, rompió a llorar. Su hijo había desistido de cambiar el disco y se dedicada a poner y quitar los intermitentes. Agradeció que no le hiciera caso y no tener que dar explicaciones. Las lágrimas que se explican, como los chistes, pierden la gracia.

Sintió que escapaba de allí. Las lágrimas aligeraban la fuerza de la gravedad. Llorar era soltar lastre. Un dato brotó de golpe de su memoria: G=6,674×10–11 N·m2/kg2. Las constantes físicas son pequeños salvavidas a los que agarrarse en mitad de la marejada. El número fue empequeñeciéndose y el hombre notó que todo se oscurecía a su alrededor. El desierto era ahora el espacio exterior. O un agujero negro.

Una vecina se asomó a la puerta. Una costumbre muy extendida en la calle. La gente se asomaba a cada rato a la puerta para ver si pasaba alguien. Se sentían reconfortados si no había movimiento o si las personas o coches que veían pasar eran conocidos. Por el contrario, si no reconocían lo que veían, se llenaban de incertidumbres. Al poco de trasladarse allí, pensó que se trataba de una costumbre impertinente y molesta. Se sentía observado casa vez que entraba y salía. Pero con el paso del tiempo, la costumbre se fue apoderando de él y acabó por hacer lo mismo.

La mirada de la vecina se cruzó con la suya. El contacto con otros ojos pareció devolverle a la realidad. Fin del desierto. Fin del agujero negro. Confió en que el parabrisas empapado de lluvia disimulara las lágrimas que le corrían por la cara. No es agradable que te vean llorar.

No supo si darle las gracias o maldecirla por hacerle volver a la realidad. Hubiera querido abandonarse a la tristeza, poner la canción en modo repeat y llorar hasta quedarse seco. Pero algunos placeres le estaban vedados. Al menos, de momento.

Hizo un gesto de saludo hacia la vecina, apagó la música, escuchó durante un segundo el ruido que la lluvia hacia al chocar contra el coche, recordó que hubo un tiempo es que eso le reconfortaba, agarró bien a su hijo, abrió la puerta del coche, abrió también el paraguas y salieron de allí.

domingo, 28 de febrero de 2010

Movimiento

Próxima presentación en VALENCIA, sábado 6 de marzo a las 20 horas en la librería Slaugtherhouse.

Una entrevista, con Casanovas, en Extraradi, Comradio.

Otra entrevista, en Cabaret Elèctric, Catalunya Radio. Estamos Casanovas, Gabriel Bravo, el editor, y yo. Los tres mosqueteros.

En el Mondosonoro de Marzo aparece una reseña del libro y una entrevista.

En el Rockdelux del mismo mes aparece una reseña.

Y otro reseña más, muy interesante, en Vice.

Y cualquier día de estos, saldrán los "Cuentos pop" en Jenesaispop.

domingo, 7 de febrero de 2010

El suicidador (cuento inédito)

 
Canción: Teléfono de la esperanza
Artista: Klaus&Kinski




La situación en la que me encuentro no deja de ser paradójica. Y eso que odio la palabra paradoja y todas sus derivadas. No sabría decir la razón que motiva este odio. Pero las palabras son así, puedes odiarlas a muerte pero en determinadas ocasiones no queda más remedio que usarlas. Y como he dicho, la situación en la que me encuentro es paradójica. Podría buscar otra forma de definirla pero no sería correcta y entonces no me haría entender con precisión. Y ser preciso ha sido una de los empeños de mi vida. Ser preciso y concreto. Esto último, lo advierto ya, sin mucho éxito.

Durante los últimos años me he dedicado a matar gente, gente que quería suicidarse y a la que le faltaban huevos para hacerlos por si mismos. Yo les ayudaba a cambio de una importante cantidad de dinero. Ahora que lo pienso, tal vez no todo se redujera a una cuestión de huevos. Tal vez es que estaban acostumbrados a que lo hicieran todo por ellos. Llevaban el perro al peluquero, el secretario les tomaba nota de las citas, una puta les chupaba la polla o el coño, que de todo había, la niñera les criaba a los hijos y yo, llegado el momento, les mataba. Suena lógico, las cosas como son. En todo caso, la paradoja se produjo en el momento en el que me di cuenta de que quería morir. Pensé que sería fácil. Un clásico: tiro en la sien. Pero cuando lo intenté me faltaron huevos. En mi caso no hay duda, y me jode reconocerlo, es una cuestión de huevos. Me faltan a puñados. Por lo visto una cosa es ver como salen volando los sesos de los demás y otra muy distinta descerrajarte los propios.

Todo empezó una noche cualquiera en el bar de Josie. Paco Toneladas hablaba sin cesar sobre lo terrible que era su vida. Lo de Toneladas venía precisamente de lo pesado que era, siempre lloriqueando como una niñita. ¿Tienes problemas? Pues, joder, no nos comas la cabeza, échale huevos, y los solucionas. Pero no te pases las noches amargándole la vida al resto. Yo había tenido un mal día y, francamente, no tenía ninguna necesidad de que me lo siguieran jodiendo. Toneladas no tuvo mejor idea que sentarse a mi lado para contarme con pelos y señales la última pelea con su mujer. Estaría mejor muerto, me dijo al cabo de veinte minutos de darme el tostón. Así que le hice un favor, a él y a todos, y lo maté. Un tiro entre ceja y ceja. La parroquia aplaudió. Ya iba siendo hora de que alguien lo hiciera, fue el comentario unánime. Josie se alegró tanto como el resto pero me hizo limpiar las manchas y deshacerme cuidadosamente del cadáver. Esa mujer es de armas tomar. Después, eso sí, me invitó a una copa. La verdad es que durante esa semana bebí de gorra porque todo el mundo quería darme las gracias por lo de Toneladas.

No lo maté por caridad. Es cierto que antes de que lo hiciera él mismo afirmó que estaría mejor muerto. Pero no lo maté para cumplir su deseo, las cosas como son. Lo maté porque me estaba tocando los huevos a dos manos y, como ya he dicho, había tenido un mal día. En eso soy algo peculiar. Suelo levantarme de buen humor y según avance el día lo mantengo o se me vuelve malo. Habitualmente lo segundo. Bebí gratis durante una semana pero, a cambio, tuve que deshacerme de una pistola nueva que me había costado una pasta. Así que aquel no fue un buen negocio, que digamos. Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, el incidente con Paco Toneladas me procuró el curioso oficio de suicidador, por llamarlo de alguna manera.

Al poco tiempo de lo que acabo de contar, recibí la llamada de un empresario caído en desgracia. La típica historia de nuevo rico que quiere morder más de lo que puede, se atraganta y luego no tiene huevos para afrontar la ruina y el ridículo. Hasta entonces había matado por encargo pero a terceras personas que no querían morir por encargo de segundas persona. La primera persona, no hace falta decirlo, soy yo.

La petición de aquel tipo arruinado introducía una serie de novedades al trabajo habitual de lo más interesantes. Entre otras las de eliminar intermediarios y aumentar mis ganancias. Siempre había querido ser autónomo y vi la oportunidad perfecta. Tuve, no obstante, que mostrarme reticente. ¿Si estaba arruinado, cómo iba a pagar mis honorarios? Pero el pollo había guardado unos cuantos miles en una caja de seguridad. Un paradójico seguro de vida. ¿Veis? Otra vez me he visto obligado a usar la dichosa palabra. Pero es que cae por su propio peso. La cantidad era suficiente para atender su petición.

Después de este, vinieron muchos más. Es sorprendente la cantidad de gente que quiere quitarse de en medio y la cantidad de pasta que están dispuestos a pagar para conseguirlo. Mi móvil sonaba tan a menudo que los chicos del bar empezaron a llamarme Teléfono de la esperanza. Guasa no le falta al apodo, las cosas como son.

Poco a poco, fui introduciendo mejoras en el negocio. La que más éxito tuvo fue la del suicidio a la carta. Al principio no me complicaba la vida y solucionaba la cuestión con plomo. Pero me aburrí y decidí ofrecerle al cliente la posibilidad de elegir cómo quería ser suicidado. Hubo de todo: ahorcamiento, salto de altura, corte de venas, monóxido de carbono, atropellos, últimas cenas aliñadas con somníferos... Solo dije que no una vez. Un tipo quiso que lo abrazara mientras moría. Le dije que mariconadas las justas.

También triunfó el suicidio sorpresa. Esto lo tuve que poner en marcha porque muchos se atascaban a la hora de elegir la forma de morir. Me resultaba de lo más incómodo cuando empezaban a dudar. Pégueme un tiro...bueno, no, mejor lo de las pastillas, aunque, no sé, siempre quise volar, ¿y si me lanza desde una azotea... A esa gente le daba a elegir entre varios sobres cerrados y en cada uno de ellos había escrito un tipo de muerte. Toda una ruleta rusa. Estoy seguro de que esta idea me habría valido algún premio a la innovación empresarial pero, las cosas como son, no era uno de esos negocios que se pudiera presentar de concurso en concurso.

Y después de todo eso, me encuentro como me encuentro. Sin ganas de vivir y sin huevos para matarme. Hay que joderse. Le he estado dando muchas vueltas y creo haber encontrado una solución. Colgaré un cartel de “Se traspasa” y me convertiré en el primer cliente del nuevo dueño del negocio. Sí, eso haré.

jueves, 4 de febrero de 2010

La portada alternativa

Casanovas manejó varias ideas para la portada que al final no salieron por cuestiones de cambio de diseño y cosas así. Pero molan un montón:

Presentación en Barcelona

Nos grabaron esta entrevista a Casanovas y a mí en Canal-l:



Se pueden ver algunas fotos en el facebook de Morsa.

Y si quieres leer algo más sobre el viaje a Barcelona, aquí.

viernes, 22 de enero de 2010

Un par de ilustraciones inéditas

Ahí van dos ilustraciones magníficas de Casanovas para el cuento "Los guisos de mamá están de muerte", inspiradas en la canción "La niña" de Mala Rodríguez.




En otros blogs

Siguen apareciendo evidencias de que en la presentación del libro en la FNAC de Murcia hubo personas que no eran ni familiares ni amigos. Aquí.

Una reseña en el blog de Sylvia.

Lo que escribieron en Carne cruda.

Y otra reseña, esta vez en Libertad sonora.

lunes, 18 de enero de 2010

Algunas reseñas, próximas entrevistas y una nueva presentación

En el blog del bajista de Los Marañones (Román) se puede leer un pequeño comentario sobre la presentación del libro en la librería Historietas (Murcia). Pinchar aquí.

Jordi Cervera escribió una reseña del libro para iCat fm. Está aquí.

Una "autocrónica" de la presentación en la FNAC, aquí.

El martes 19 de enero, sobre las dos de la tarde, me entrevista Javier Gallego en Carne Cruda, un programa de Radio3.

También me entrevistarán en Radio Tiana, pero no sé cuándo se emitirá.

El libro se presentará en FNAC Triangle (Barcelona) el jueves 28 de enero a las siete de la tarde.

martes, 12 de enero de 2010

Presentación "Cuentos pop" en la FNAC Murcia

El jueves 14 de enero a las siete de la tarde, presento el libro en la FNAC de Murcia (Centro Comercial Nueva Condomina). Si alguien quiere ver a todo un hombre hecho y derecho (es un decir) temblando como un flan y balbuceando sin sentido a la par que acompañado por la mejor periodista del mundo mundial y extraterráqueo, puede ir. La entrada es gratis.