TRACKLIST. Pincha aquí para ver el listado de cuentos y las canciones que los inspiran (y si pinchas en los títulos en azul o rosa, podrás leer el cuento).

De la contraportada del libro

29 canciones. De Los Planetas a Pulp, pasando por Surfin´ Bichos, Pet Shop Boys y Lou Reed. De todas las cosas que se pueden hacer con ellas, Federico Montalbán escribió 26 cuentos. Y Casanovas, sin leerlos, constuyó la banda sonora en imágenes mientras oía las mismas canciones. Música, literatura e ilustración. Tres en uno.

domingo, 11 de enero de 2009

El ratoncito del estudio

B.S.n.O.
Artista: Sr. Chinarro
Álbum: El mundo según

After La bola de cristal

A veces, las palabras eran mágicas. A veces, no. En una ocasión, Juan dijo papá pica y su papá se afeitó y le dio treinta besos en cada mejilla. Juan se moría de risa con tanto beso. Pero, por las noches, Juan lloraba y pedía irse a la cama de los papis y no pasaba nada. Esas palabras no eran mágicas. Sus papás no caían bajo ningún hechizo. Se mantenían inflexibles y Juan en su habitación. No había quién entendiera a las palabras.

A veces, las palabras parecían verdad. A veces, no. Si Juan decía que le dolía su barriguita, a sus papás se les cambiaba la cara y corrían por toda la casa preocupados por su hijo. Pero cuando les contaba que en el estudio había un ratoncito y que era su amigo, sus papás ponían voz de tontos y le hablaban tonterías. No se lo creían. Pero en el estudio había un ratoncito y era amigo de Juan.

Algunas mañanas, los papás de Juan se despertaban muy contentos porque habían dormido toda la noche de un tirón. Eran las noches en las que el ratoncito visitaba a Juan. Se escondían los dos debajo de las mantas y hablaban de sus cosas. Hacían planes para salir a buscar el tesoro de Garfio o se metían miedo hablando de ratas gigantes.

Todo iba bien hasta que un día, sin saber muy bien por qué, los papás de Juan se empeñaron en que dejara de usar chupete. Hasta entonces había tenido dos, uno azul y otro rosa, y según el estado de ánimo pedía uno u otro. Juan era feliz con su chupete. Lo usaba poco. Sólo para dormir y para ir en el coche. Bueno, y cuando se enfadaba o se daba un golpe o tenía fiebre. Y sin dar más explicaciones, sus papás le dijeron que ya era mayor y que debía dejar de usar chupete.

Cuando el ratoncito se enteró de lo que le habían hecho sus papás a Juan, no se lo podía creer. Los dos estaban muy enfadados. Así que, como eran amigos, decidieron aliarse y trabajar en equipo contra los adultos.

A la mañana siguiente, las magdalenas del desayuno aparecieron roídas. Los papás de Juan se enfadaron y se preocuparon. Empezaron a creerse la historia del ratoncito del estudio. La segunda mañana, uno de los tebeos favoritos del papá de Juan, apareció con la portada a medio comer. Casi le da un infarto. La tercera mañana, el mantel de los domingos parecía una red de pescar. La cuarta mañana, los papeles de la charla que mamá iba a dar en pocos días eran confeti. La quinta mañana, la muela de papá apareció picada y no por una caries. Y así una mañana tras otra.

Juan y su amigo siguieron con el plan hasta que sus papás no tuvieron más remedio que rendirse y devolverle su chupete rosa. Y el azul también. Aquella noche, ni Juan ni el ratoncito pegaron ojo. Se pasaron todo el tiempo recordando lo que habían hecho y hablando de la victoria sobre los adultos.

lunes, 5 de enero de 2009

Coser y cantar

B.S.n.O.
Artista: Chucho
Canción:Cirujano patafísico
Álbum: Tejido de felicidad


Desde bien pequeño supe que el alma estaba en el interior y que para alcanzarla había que cortar y romper. También supe que el alma estaba en las personas, los animales y, sobre todo, en las cosas. Recuerdo a la perfección el día en que una radio grande y antigua se cayó desde el aparador. Estalló en varios trozos y sus tripas de extrañas bombillas y coloridos cables se me mostraron como una revelación. Mi padre sostiene que es imposible que lo recuerde. Sólo tenías dos años, insiste. Hace tiempo que dejé de discutir con él sea cual sea el tema, pero lo recuerdo perfectamente. La radio despanzurrada emitía un leve sonido, como un quejido mal sintonizado. En mi opinión, era el alma desparramándose por el suelo y el aire.

La radio no la tiré yo. Cayó y se rompió por accidente. El resto sí fue cosa mía. Desmonté el video, el microondas, la tele y el resto de cacharros hasta llevar a mis padres a la desesperación. No sabían qué hacer conmigo. Por fortuna para ellos, un suceso casual distrajo mi atención hacia otro tipo de objetos.

Una tarde de esas aburridas de domingo, mientras mis padres languidecían en el sofá lamentando su suerte, destripé un osito de peluche con ayuda de un cutter que robé del escritorio de mi madre. Corté el abdomen a lo largo y lo vacié. El contenido algodonoso me producía cierta tiricia. Entonces algo me llamó la atención. Era una especie de tejido cálido y palpitante. Estaba cosido a la tela del oso, más o menos donde debería haber estado el corazón. En ese mismo momento fui consciente de que había descubierto algo importante. No sabía qué. Pero sí que era importante. Disecciones posteriores confirmaron que la mayoría de osos de peluche tenían aquel tejido cálido y palpitante. Los que no lo tenían eran osos malhumorados y tristones. Elaboré numerosas hipótesis hasta que una me satisfizo más que las otras. Aquel tejido, probablemente generado por los mismos peluches, era un tejido productor de felicidad. Para entonces ya era cirujano titular de un importante hospital.

La felicidad nunca me ha atraído en exceso. Así que no vi la conveniencia de confirmar la hipótesis conmigo mismo. Lamentando mi vulgaridad y lo previsible del caso, usé a una enfermera como conejilla de indias. La operación fue un éxito. No hubo ningún tipo de rechazo al tejido injertado. Además, la enfermera empezó a experimentar accesos súbitos de felicidad y amor. Se enamoró locamente de mí y acabamos casándonos. Ella es feliz, claro. Yo me conformo.

Mi descubrimiento, en los tiempos que corren, sólo podía ser usado de una manera. En pocos años, había organizado un negocio secreto de implantes de felicidad. Al principio, los clientes se mostraron recelosos pero el éxito de las operaciones me convirtió, en muy poco tiempo, en un hombre ultramultimegamillonario. Un simple oso de peluche me permite ganar cifras de dinero cargadas de ceros, toda una obscenidad. Más que osos son gallinas de huevos de oro.

Algunos clientes con los que he hecho confianza, y mi mujer, me preguntan por qué no me he injertado uno de esos tejidos de la felicidad. Creen que les oculto algo. Pero es que a mí, de verdad, eso de ser feliz no me interesa en absoluto.