TRACKLIST. Pincha aquí para ver el listado de cuentos y las canciones que los inspiran (y si pinchas en los títulos en azul o rosa, podrás leer el cuento).

De la contraportada del libro

29 canciones. De Los Planetas a Pulp, pasando por Surfin´ Bichos, Pet Shop Boys y Lou Reed. De todas las cosas que se pueden hacer con ellas, Federico Montalbán escribió 26 cuentos. Y Casanovas, sin leerlos, constuyó la banda sonora en imágenes mientras oía las mismas canciones. Música, literatura e ilustración. Tres en uno.

lunes, 26 de julio de 2010

El narrador omnisciente (I)




 
Artista: Cecilia
Álbum: Un ramito de violetas


Hola. ¿Qué tal? ¿Bien? Venga ya. Regular, como mucho. Has dicho “bien” por puro formalismo. Estamos en los comienzos del siglo XXI, nadie está bien. Pero que conste que te agradezco que respondas así. Si hubieras dicho la verdad, debería animarte con unas palabras de consuelo y, francamente, no me apetece nada de nada. Además, me distraería de lo que quiero contarte, que no es otra cosa que la historia de María y Mario.

Evidentemente, no contaré toda su historia, esto es un cuento con una normas muy estrictas, al menos en cuanto a extensión. Y una cosa es ser un narrador omnisciente y otra, muy distinta, ser un narrador omnipotente, algo desconocido hasta el momento.

María y Mario se conocieron de una u otra forma. No es relevante. Les hizo gracia la coincidencia de los nombres y eso dio pie a la conversación. La conversación al flirteo, el flirteo al roce, el roce al cariño, el cariño al compromiso y el compromiso al aburrimiento. Luego dirán que soy un triste pero, qué queréis que le haga, así son las cosas.

Ella, después de dar tumbos de ONG en ONG y cuando pudo sacudirse por fin cierta inseguridad hacia sí misma se afilió a un partido político. Subió como la espuma. Pero eligió un partido de los marginales así que lo alto de la espuma llegaba más bien bajo. A pesar de ello, la brillantez de María convenció a un buen puñado de votantes y llegó a ser concejala. Se tomó las cosas en serio y aparecía poco por casa.

Por su parte, Mario también dio tumbos, algo más desorientados, eso sí. Enumerar sus trabajos sería un ejercicio de eclecticismo interesante: peluquero canino, encuestador, catador secreto para una marca de coñac, chófer personal de un catedrático, encargado de un invernadero, pintor de brocha gorda y etcétera. Pero lo que él quería era escribir. Mejor dicho, quería ser escritor, que lo denominaran así, que lo señalaran por la calle, ganar dinero vendiendo libros. Locos los hay por todas partes, también en las historias de desamor que es lo que, al fin y al cabo, es esto.

Mario consiguió publicar algo por aquí y algo por allá. Todo con el éxito justo. También publicó un blog con cierta repercusión durante cierto tiempo.

En plena crisis de pareja, a María, que leía el blog de Mario en los ratos libres en su despacho de concejala, se le ocurrió la idea de adoptar una personalidad ficticia para dejar comentarios a las entradas que su desamante subía a diario. Se abrió un perfil en blogger y empezó a coquetear de forma descarada con Mario.

Al principio, Mario se desentendió del asunto, no le parecían serios esos comentarios tan atrevidos en público. Pero cuando recibió un mensaje al correo del blog remitido por la misteriosa lectora, se le disparó la imaginación. Durante algunas semanas, intercambiaron correos y chatearon un par de veces. Finalmente, ella se decidió a pedirle una cita. Mario dijo que sí. Por fin podría escapar del aburrimiento conyugal. Pero en el último momento, cuando ya tenía perfectamente ajustado el nudo de la corbata y relucientes los zapatos a más no poder, sintió una punzada de arrepentimiento en el estómago. Se sentó desfallecido al borde de la cama y se quitó la corbata dando torpes tirones.

Esa noche, María llegó tarde a casa. Mario ya dormía. Se tumbó a su lado y no sintió nada. En ocasiones, Mario emitía ciertas vibraciones amatorias o desprendía un calor reconfortante o incrementaba ligeramente la gravedad de los cuerpos o producía una respiración acompasada que la dejaba hipnotizada. Pero esa noche no sintió nada. Como si a su lado no hubiera nadie. Ni nada. Solo un vacío cósmico. Un agujero negro. El cero absoluto. -273º Kelvin.

Y aquí termina la historia de María y Mario. Como no soy un narrador omnipotente, ya lo he dicho, no puedo cambiar el final. Pero como sí soy un narrador omnisciente, puedo saber qué habría pasado si Mario hubiera acudido a la cita. Tampoco hay que ser muy listo para imaginarlo. Seguro que tú ya lo sabes. Ella habría sonreído maliciosamente. Él habría dicho tierra trágame, se habría puesto rojo como un tomate y habría tartamudeado durante toda la cena. Después, desnudos en la cama, ella se habría esforzado por superar ese conato absurdo de celos y él se habría preguntado cómo podía haber estado tanto tiempo alejado de ese cuerpo.

De acuerdo, nada nos asegura que la llama recuperada del amor hubiera durante para siempre. Pero este cuento habría terminado mejor de lo que termina. Al menos habría acabado con una temperatura más alta.

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