TRACKLIST. Pincha aquí para ver el listado de cuentos y las canciones que los inspiran (y si pinchas en los títulos en azul o rosa, podrás leer el cuento).

De la contraportada del libro

29 canciones. De Los Planetas a Pulp, pasando por Surfin´ Bichos, Pet Shop Boys y Lou Reed. De todas las cosas que se pueden hacer con ellas, Federico Montalbán escribió 26 cuentos. Y Casanovas, sin leerlos, constuyó la banda sonora en imágenes mientras oía las mismas canciones. Música, literatura e ilustración. Tres en uno.

jueves, 23 de septiembre de 2010

La dama y las metáforas

Canción: This Boots Are Made For Walking
Artista: Nancy Sinatra
Álbum: Boots




Un hombre perfecto. Recuerdas a tu madre, cepillándote el pelo delante del espejo de marco dorado de tu dormitorio, enumerando las mil cualidades del hombre perfecto. Las mil cualidades que encontró en el último hombre perfecto. El mismo con el que te vio subir al altar. Te cepillaba el pelo, lentamente, buscaba tu mirada reflejada en el espejo y te hablaba de un hombre respetado por los demás, elegante, hermoso, de conversación agradable, de apellido rimbombante, dueño y señor de una gran fortuna y de una sonrisa irresistible. Mirabas los ojos de tu madre, profundos en el reflejo, y sentías que todo lo que decía era cierto y que no habría mayor felicidad en la vida que un hombre perfecto.

La perfección del hombre era la cúspide de una vida perfecta. Tu madre quería que todo fuera perfecto, desde el pelo hasta las uñas de los pies, desde las cofias blancas del servicio hasta los zapatos negros del chófer. Y como una madre siempre tiene razón, deseaste con tanta fuerza como ella que tu vida fuera perfecta y, especialmente, que tu hombre fuera perfecto.

Tuvo que morir tu madre para que la Perfección empezara a resquebrajarse. Los añicos caían por doquier y eras incapaz de dar un paso sin que rechinaran aplastados bajo tus exquisitos zapatos de tacón.
La Perfección era perfecta. Era, también, fría y terriblemente aburrida. El cocinero, formado en las mejores escuelas de París y Cataluña, os preparaba un menú distinto cada día. Tú fantaseabas con mancharte de kétchup comiendo en un McDonald. La niñera vestía a tu bebé con vestidos llenos de puntillas y lazos. Tú querías jugar con él en ese parque público que veías siempre al volver de la guardería. Que sus llantos no te dejaran dormir por la noche. Que los pezones te dolieran al dar de mamar. Sentir cierta repulsión al cambiarle los pañales sucios. El teléfono sonaba para invitarte a alguna inauguración en la galería más in de la ciudad o al último cocktail del año. Tú querías que algún pervertido te llamara y gimiera al otro lado del teléfono mientras que tú, asustada, preguntabas quién era. Tu marido, el hombre perfecto, te daba un beso de buenas noches después de ejercer el matrimonio como un misionero culpable. Tú querías que el monitor del gimnasio, el moreno, no el rubio, te hiciera de todo en la cama. Ah, lo vulgar. Desde la Liga de mujeres por el arte organizabais conciertos privados de música clásica. Mahler, Bach, Stravinsky. Tú, en secreto, llenabas tu Iphone de soul, R&B, bebop.

Un día, tu marido, vestido con su camisa favorita de madrás y con el bronceado actualizado después de la conveniente sesión de rayos uva, te dijo que pasaría algunos días fuera de casa. Se marchaba a Londres a cerrar unos asuntos. Ese mismo día, el monitor del gimnasio, sudado, vestido con ropa barata de Decathlon, te dijo que si no tenías planes para esa noche, te invitaba a cenar. Era el rubio pero aceptaste igualmente.

Cenasteis en un sitio de esos de comida rápida. Fuisteis a bailar a una discoteca de moda. Y después... Lo que pasó después te mostró que el que durante años había pasado por ser el hombre perfecto estaba a años luz de lo que de verdad querías. Algo había explotado en tu interior. Había tanta imperfección que disfrutar ahí afuera que decidiste que no había un segundo que perder.

Esperaste pacientemente a que regresara de cerrar sus asuntos. Le sentaste en su sillón favorito de la biblioteca, le serviste personalmente un té Earl Grey y le explicaste tu nueva visión de la Perfección. También le dijiste que tus abogados, tantos como los suyos, habían comenzado a tramitar el divorcio. Él te miraba sin cambiar el gesto y tras dejar la taza con sumo cuidado en la mesa, exclamó que no entendía nada. Intentaste explicárselo de otra manera y, en ese inglés tan bien pronunciado que hablabais los dos, le dijiste: This boots are made for walking. Él siguió sin entender nada. Las metáforas no eran lo suyo. Pero insististe, esta vez con una metáfora a medias: Que este coño está hecho para follar y no para eso que haces tú en la cama una vez al trimestre.

Saliste de la biblioteca dejándole con los espasmos del soponcio y marcaste el número del monitor del gimnasio. Del moreno.

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