TRACKLIST. Pincha aquí para ver el listado de cuentos y las canciones que los inspiran (y si pinchas en los títulos en azul o rosa, podrás leer el cuento).

De la contraportada del libro

29 canciones. De Los Planetas a Pulp, pasando por Surfin´ Bichos, Pet Shop Boys y Lou Reed. De todas las cosas que se pueden hacer con ellas, Federico Montalbán escribió 26 cuentos. Y Casanovas, sin leerlos, constuyó la banda sonora en imágenes mientras oía las mismas canciones. Música, literatura e ilustración. Tres en uno.

domingo, 7 de febrero de 2010

El suicidador (cuento inédito)

 
Canción: Teléfono de la esperanza
Artista: Klaus&Kinski




La situación en la que me encuentro no deja de ser paradójica. Y eso que odio la palabra paradoja y todas sus derivadas. No sabría decir la razón que motiva este odio. Pero las palabras son así, puedes odiarlas a muerte pero en determinadas ocasiones no queda más remedio que usarlas. Y como he dicho, la situación en la que me encuentro es paradójica. Podría buscar otra forma de definirla pero no sería correcta y entonces no me haría entender con precisión. Y ser preciso ha sido una de los empeños de mi vida. Ser preciso y concreto. Esto último, lo advierto ya, sin mucho éxito.

Durante los últimos años me he dedicado a matar gente, gente que quería suicidarse y a la que le faltaban huevos para hacerlos por si mismos. Yo les ayudaba a cambio de una importante cantidad de dinero. Ahora que lo pienso, tal vez no todo se redujera a una cuestión de huevos. Tal vez es que estaban acostumbrados a que lo hicieran todo por ellos. Llevaban el perro al peluquero, el secretario les tomaba nota de las citas, una puta les chupaba la polla o el coño, que de todo había, la niñera les criaba a los hijos y yo, llegado el momento, les mataba. Suena lógico, las cosas como son. En todo caso, la paradoja se produjo en el momento en el que me di cuenta de que quería morir. Pensé que sería fácil. Un clásico: tiro en la sien. Pero cuando lo intenté me faltaron huevos. En mi caso no hay duda, y me jode reconocerlo, es una cuestión de huevos. Me faltan a puñados. Por lo visto una cosa es ver como salen volando los sesos de los demás y otra muy distinta descerrajarte los propios.

Todo empezó una noche cualquiera en el bar de Josie. Paco Toneladas hablaba sin cesar sobre lo terrible que era su vida. Lo de Toneladas venía precisamente de lo pesado que era, siempre lloriqueando como una niñita. ¿Tienes problemas? Pues, joder, no nos comas la cabeza, échale huevos, y los solucionas. Pero no te pases las noches amargándole la vida al resto. Yo había tenido un mal día y, francamente, no tenía ninguna necesidad de que me lo siguieran jodiendo. Toneladas no tuvo mejor idea que sentarse a mi lado para contarme con pelos y señales la última pelea con su mujer. Estaría mejor muerto, me dijo al cabo de veinte minutos de darme el tostón. Así que le hice un favor, a él y a todos, y lo maté. Un tiro entre ceja y ceja. La parroquia aplaudió. Ya iba siendo hora de que alguien lo hiciera, fue el comentario unánime. Josie se alegró tanto como el resto pero me hizo limpiar las manchas y deshacerme cuidadosamente del cadáver. Esa mujer es de armas tomar. Después, eso sí, me invitó a una copa. La verdad es que durante esa semana bebí de gorra porque todo el mundo quería darme las gracias por lo de Toneladas.

No lo maté por caridad. Es cierto que antes de que lo hiciera él mismo afirmó que estaría mejor muerto. Pero no lo maté para cumplir su deseo, las cosas como son. Lo maté porque me estaba tocando los huevos a dos manos y, como ya he dicho, había tenido un mal día. En eso soy algo peculiar. Suelo levantarme de buen humor y según avance el día lo mantengo o se me vuelve malo. Habitualmente lo segundo. Bebí gratis durante una semana pero, a cambio, tuve que deshacerme de una pistola nueva que me había costado una pasta. Así que aquel no fue un buen negocio, que digamos. Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, el incidente con Paco Toneladas me procuró el curioso oficio de suicidador, por llamarlo de alguna manera.

Al poco tiempo de lo que acabo de contar, recibí la llamada de un empresario caído en desgracia. La típica historia de nuevo rico que quiere morder más de lo que puede, se atraganta y luego no tiene huevos para afrontar la ruina y el ridículo. Hasta entonces había matado por encargo pero a terceras personas que no querían morir por encargo de segundas persona. La primera persona, no hace falta decirlo, soy yo.

La petición de aquel tipo arruinado introducía una serie de novedades al trabajo habitual de lo más interesantes. Entre otras las de eliminar intermediarios y aumentar mis ganancias. Siempre había querido ser autónomo y vi la oportunidad perfecta. Tuve, no obstante, que mostrarme reticente. ¿Si estaba arruinado, cómo iba a pagar mis honorarios? Pero el pollo había guardado unos cuantos miles en una caja de seguridad. Un paradójico seguro de vida. ¿Veis? Otra vez me he visto obligado a usar la dichosa palabra. Pero es que cae por su propio peso. La cantidad era suficiente para atender su petición.

Después de este, vinieron muchos más. Es sorprendente la cantidad de gente que quiere quitarse de en medio y la cantidad de pasta que están dispuestos a pagar para conseguirlo. Mi móvil sonaba tan a menudo que los chicos del bar empezaron a llamarme Teléfono de la esperanza. Guasa no le falta al apodo, las cosas como son.

Poco a poco, fui introduciendo mejoras en el negocio. La que más éxito tuvo fue la del suicidio a la carta. Al principio no me complicaba la vida y solucionaba la cuestión con plomo. Pero me aburrí y decidí ofrecerle al cliente la posibilidad de elegir cómo quería ser suicidado. Hubo de todo: ahorcamiento, salto de altura, corte de venas, monóxido de carbono, atropellos, últimas cenas aliñadas con somníferos... Solo dije que no una vez. Un tipo quiso que lo abrazara mientras moría. Le dije que mariconadas las justas.

También triunfó el suicidio sorpresa. Esto lo tuve que poner en marcha porque muchos se atascaban a la hora de elegir la forma de morir. Me resultaba de lo más incómodo cuando empezaban a dudar. Pégueme un tiro...bueno, no, mejor lo de las pastillas, aunque, no sé, siempre quise volar, ¿y si me lanza desde una azotea... A esa gente le daba a elegir entre varios sobres cerrados y en cada uno de ellos había escrito un tipo de muerte. Toda una ruleta rusa. Estoy seguro de que esta idea me habría valido algún premio a la innovación empresarial pero, las cosas como son, no era uno de esos negocios que se pudiera presentar de concurso en concurso.

Y después de todo eso, me encuentro como me encuentro. Sin ganas de vivir y sin huevos para matarme. Hay que joderse. Le he estado dando muchas vueltas y creo haber encontrado una solución. Colgaré un cartel de “Se traspasa” y me convertiré en el primer cliente del nuevo dueño del negocio. Sí, eso haré.

3 comentarios:

Nick Carter dijo...

Estupendo cuento míster, estupendo cuento. El concepto del suicidador y sobre todo el planteamiento, la atmósfera, bien pop, muy logrado.
saludos,

elhombreamadecasa dijo...

Gracias, Nick. Si has escuchado la canción, verás que "regala" buena parte de la historia. La primera historia corta de Sin City, de Frank Miller, habla de una mujer que contrata a un asesino a sueldo para que la mate. Me impresionó mucho y la idea de algo así me rondaba la cabeza desde entonces.

Anónimo dijo...

Qué gracia, este cuento tuyo me ha recordado a un libro que compré hace poco en Buenos Aires, y que se llama LA tienda de los suicidas, de Jean Teule. Te lo recomiendo.