En mi opinión, fue cosa del aparato dental. En su opinión, fue más bien cosa de mi imbecilidad e inmadurez. También influyeron, todavía según ella, el que yo fuera un mentiroso, un capullo y alguna que otra cosa más que no considero necesario señalar, a pesar de que serviría para entender mejor lo que sucedió. Se trata de narrar un triste episodio de mi vida, no de flagelarme en público.
Sentí que todo había terminado cuando llegó feliz y sonriente anunciando que ya le habían quitado el aparato dental. No es que sintiera realmente y de golpe que todo había terminado como si una bomba de hidrógeno nos hubiera barrido del mapa. Más bien fue como un molesto picotazo de mosquito que empieza sin ser nada grave y acaba teniéndote toda la noche en vela. Era la primera vez que la veía sonreír en meses sin forzar los labios para ocultar los metales que forzaban a sus dientes a recuperar el lugar adecuado.
A mí me gustaba con aparato dental. Ella pensaba que era mentira, que lo decía para consolarla. Pero era verdad. Me gustaba el tacto frío del metal. Juguetear con las piececitas artificiales que salpicaban cada uno de sus dientes. Incluso me divertían los engorrosos accidentes que teníamos de vez en cuando por culpa de aquel sugerente chisme.
Eran tiempos de achuchones furtivos. Un banco escondido, una calle a oscuras. Se quitaba el carmín con un pañuelo de papel, unos segundos interminables, y nos besábamos como locos durante horas. No me hubiera importado que se dejara los labios pintados pero ella argumentaba siempre que me dejaría la boca como si me estuviera desangrando. Al parecer esa imagen le disgustaba.
También eran tiempos en que los besos suponían la expresión absoluta (y única) del amor. Vale, alguna que otra caricia subida de tono y algún roce sofocante sí había, pero lo importante era besarse. Y a mí me volvían loco sus besos metálicos.
No compartí su felicidad al verse libre del aparato dental y me vi obligado a fingir tanta alegría como ella. Nos fuimos de cena y después paseamos buscando un lugar propicio. Que resultó ser un banco frente a la antigua sede del PCE en la ciudad.
El ritual del carmín y el pañuelo de papel no me sacudió como un terremoto (que era lo habitual). Los besos me resultaron… bueno, no sé cómo me resultaron, o no lo quiero decir, pero no fueron como los de antes. Y no creo que la cuestión fuese si yo había resultado ser un pervertido amante de los metales o no. El hecho de que me gustara más con aparato dental que sin él no me convertía en un depravado de gustos obscenos. Supongo que eso lo dijo dolida por mis palabras de despedida. Creo más bien que el amor depende de cosas pequeñas, a veces metálicas, y si desaparecen, el amor se esfuma. Eso fue lo que nos pasó a nosotros, a mí al menos.
Cuando me pidió explicaciones, cosa que no suele hacerse cuando uno declara su amor, no pude darle más que esa. No había otra persona (nos vi como a dos actores de una película del tres al cuarto cuando me lo preguntó); no me habían reclutado inesperadamente para combatir en ninguna guerra injusta, perdón por la redundancia; no había descubierto mi homosexualidad latente ni siquiera habíamos usado el amor lo suficiente como para romperlo.
Hace poco la vi pasar. Iba con un hombre y una niña. Su marido y su hija, supuse. Los tres iban vestidos de forma muy elegante y parecían dirigirse con prisas a alguna cita importante. Ella caminaba la primera como tirando mentalmente de los otros dos. Tal vez había desarrollado poderes telequinéticos en los últimos años. De repente se paró, se giró hacia la niña, le arregló algo en el vestido y volvió a colocarse en cabeza marcando un buen paso. No me vio. O quizás sí y prefirió ignorarme. Mejor así. De lo contrario se habría sentido obligada a pararse a cruzar conmigo algunas palabras. ¿Qué podríamos habernos dicho que mereciera la pena? Además les hubiera hecho perder un tiempo del que parecían no disponer.
La vi alejarse y pensé que es una pena que los aparatos dentales no sean para toda la vida.
4 comentarios:
Me gusta este cuento.Aunque parece raro da qué pensar, hace reflexionar que es lo importante de la literatura ,además del estilo y el buen hacer.
Muchas gracias por tu comentario (el primero, por cierto, de este blog).
A veces estas cosas que nos parecen fatales al producirse, son las que luego nos permiten alcanzar la máxima felicidad...
le he mandado una copia a mi novia. Ella se enamoro de mi cuando tenia aparato a los 16 años. Hemos estado distanciados 15 años y hace 2 meses nos reencontramos para siempre. Con o sin aparato. Le va a encantar este cuento. enhorabuena.
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