Artista: Chucho
Canción:Cirujano patafísico
Álbum: Tejido de felicidad
Desde bien pequeño supe que el alma estaba en el interior y que para alcanzarla había que cortar y romper. También supe que el alma estaba en las personas, los animales y, sobre todo, en las cosas. Recuerdo a la perfección el día en que una radio grande y antigua se cayó desde el aparador. Estalló en varios trozos y sus tripas de extrañas bombillas y coloridos cables se me mostraron como una revelación. Mi padre sostiene que es imposible que lo recuerde. Sólo tenías dos años, insiste. Hace tiempo que dejé de discutir con él sea cual sea el tema, pero lo recuerdo perfectamente. La radio despanzurrada emitía un leve sonido, como un quejido mal sintonizado. En mi opinión, era el alma desparramándose por el suelo y el aire.
La radio no la tiré yo. Cayó y se rompió por accidente. El resto sí fue cosa mía. Desmonté el video, el microondas, la tele y el resto de cacharros hasta llevar a mis padres a la desesperación. No sabían qué hacer conmigo. Por fortuna para ellos, un suceso casual distrajo mi atención hacia otro tipo de objetos.
Una tarde de esas aburridas de domingo, mientras mis padres languidecían en el sofá lamentando su suerte, destripé un osito de peluche con ayuda de un cutter que robé del escritorio de mi madre. Corté el abdomen a lo largo y lo vacié. El contenido algodonoso me producía cierta tiricia. Entonces algo me llamó la atención. Era una especie de tejido cálido y palpitante. Estaba cosido a la tela del oso, más o menos donde debería haber estado el corazón. En ese mismo momento fui consciente de que había descubierto algo importante. No sabía qué. Pero sí que era importante. Disecciones posteriores confirmaron que la mayoría de osos de peluche tenían aquel tejido cálido y palpitante. Los que no lo tenían eran osos malhumorados y tristones. Elaboré numerosas hipótesis hasta que una me satisfizo más que las otras. Aquel tejido, probablemente generado por los mismos peluches, era un tejido productor de felicidad. Para entonces ya era cirujano titular de un importante hospital.
La felicidad nunca me ha atraído en exceso. Así que no vi la conveniencia de confirmar la hipótesis conmigo mismo. Lamentando mi vulgaridad y lo previsible del caso, usé a una enfermera como conejilla de indias. La operación fue un éxito. No hubo ningún tipo de rechazo al tejido injertado. Además, la enfermera empezó a experimentar accesos súbitos de felicidad y amor. Se enamoró locamente de mí y acabamos casándonos. Ella es feliz, claro. Yo me conformo.
Mi descubrimiento, en los tiempos que corren, sólo podía ser usado de una manera. En pocos años, había organizado un negocio secreto de implantes de felicidad. Al principio, los clientes se mostraron recelosos pero el éxito de las operaciones me convirtió, en muy poco tiempo, en un hombre ultramultimegamillonario. Un simple oso de peluche me permite ganar cifras de dinero cargadas de ceros, toda una obscenidad. Más que osos son gallinas de huevos de oro.
Algunos clientes con los que he hecho confianza, y mi mujer, me preguntan por qué no me he injertado uno de esos tejidos de la felicidad. Creen que les oculto algo. Pero es que a mí, de verdad, eso de ser feliz no me interesa en absoluto.
1 comentario:
Me ha encantado.
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