Canción: Gloria
Artista: Mando Diao
Álbum: Give Me Fire
-Bien, tú dirás. ¿Cómo te encuentras?
-Bueno, debo reconocer que me cuesta explicarme, estoy un poco como dice esa canción: Bien tirando a muy mal... ¿De verdad tengo que decir eso?
-Sí, ya sabes cómo le gusta citar a Fernado Alfaro. En todo caso, sería mejor que no nos distrajéramos y nos centráramos en la cuestión que te ha traído aquí.
-Sabes que no hay ninguna cuestión que me haya traído aquí. Vengo todas las semanas. Forma parte de esa cadena absurda que nos hemos impuestos los terapeutas. Los que hacemos terapia debemos ser tratados también. Así sanamos al sanador. Y bla, bla, bla.
-Te noto enfadada.
-Te noto perspicaz.
-Si quieres lo dejamos.
-¿Sería eso posible?
-La verdad es que no. Perdona, no sé por qué lo he dicho. Los dos sabemos que debemos estar aquí sentados hasta que contemos todo lo que se espera de nosotros.
-Estupendo.
-Por eso no estaría mal que empezaras cuanto antes.
-Está bien. Sabrás que llevo varias semanas tratando a un paciente que llegó a mi consulta por un caso típico de donjuanismo. No llegó muy convencido. Digamos que las circunstancias le empujaron hasta mí. Su última conquista resultó ser una mujer... ¿cómo decirlo? Algo violenta. Al sentirse despechada, le dio una considerable paliza y el hombre acabó en el hospital... Por favor, esto es absurdo, todo esto ya lo sabes, yo no hablo así. Estamos alterando la realidad. Es absurdo, pomposo y artificial intentar narrar una historia solo con diálogos. Me parece muy bien su fascinación por el Sentido de la maravilla, por el golpe de efecto, pero debería cuidar un poco más el naturalismo de las conversaciones. Seguro que ahora corrige alguno de los dos “absurdos” que acabo de decir. Muerte al escritor que repita palabras aunque sea en un supuesto diálogo entre personas normales. Que use un narrador omnisciente para dar los detalles y me deje hablar como una persona normal.
-Él lo quiere así, no creo que haya mucho que discutir.
-Él lo quiere así. Estoy harta de este sometimiento en el que vivimos.
-Por lo que más quieras, continúa.
-Lo que tú digas. Uno de los traumatólogos que lo atendió me conocía y le sugirió que estaría bien que me visitara. Al principio se mostró reticente, según él mismo me confesó, pero el dolor de un par de huesos rotos puede ser muy convincente. Era consciente de que, en parte, la responsabilidad del lío en el que se había metido era suya y se decidió a ser tratado.
>>Empezamos la terapia de forma habitual. Reconozco que enseguida me puse en alerta. Ya sabes que siempre hay un momento en el que el paciente se enamora del terapeuta y me picaba la curiosidad de ver qué haría mi Don Juan cuando le llegara el momento.
>>En la segunda o tercera sesión, surgió el sueño. No tuve que insistir mucho ni pedirle que tomara nota de lo que soñara cada noche. Aquel sueño se repetía de forma insistente desde que era pequeño. Entraba en un cine. No había nadie. De repente, entraba una chica y se sentaba a su lado...
-¿Sabes que le he estado dando vueltas a lo que siempre hemos hablado de los sueños?
-¿Perdona?
-Sí, ya sabes, a lo difícil que es plasmar los sueños en una narración, una película o un dibujo.
-Que yo sepa tú y yo nunca hemos hablado de eso. Además, me has interrumpido, estaba contando el sueño de mi paciente...
-Pues creo que he dado con la clave. Intentaré explicarme. Siempre me he preguntado por qué es tan poco habitual soñar con el nacimiento y cosas de nuestros primeros meses de vida. Al fin y al cabo, esas vivencias son nuestras y aunque no las recordemos conscientemente, nada impide que los sueños que tuvimos entonces se repitan ahora. El error de este planteamiento mío era dar por hecho que los sueños de un bebé se forjan con los mismos códigos que los de un adulto. ¿Sueña el ciego que ve? Ya sabemos que no, que en los sueños de un ciego salen ruidos, olores, caricias, pero no imágenes, al menos no imágenes equivalentes a las de una persona con visión estándar. De la misma forma, los sueños de un bebé no tienen nada que ver con los de un adulto porque se basan en la percepción que éste tiene de la realidad. Esos mismos sueños mantienen su presencia en los sueños de adultos y esa es, por decirlo así, la interferencia que los vuelve imposibles de contar con precisión. No sabemos cómo expresar la parte que nuestros sueños conservan del recién nacido que fuimos.
-¿Y todo eso lo has pensado tú solito o te lo ha apuntado Él?
-Bien, perdona por la interrupción, pensé que te interesaría mi opinión.
-Sí, muy interesante tu opinión, estás tardando en mandarla a la American Psychological Association. Aunque, yo de ti, le diría antes a Él que la perfeccionara un poco porque se entiende lo justo.
-¿Podrías seguir con el sueño de tu paciente?
-Por supuesto. Una chica se sentaba a su lado. Iba vestida con calcetines blancos hasta medio muslo, un vestido negro o azul marino, unas tremendas gafas negras rollo sixties y una pamela a juego con el vestido. Al parecer, el paciente desarrolló cierto fetichismo hacia ese tipo de calcetines, por cierto. Miraba a la chica sorprendido de que se sentara a su lado estando todo el cine vacío como estaba. Entonces volvía a mirar a la pantalla y allí estaba ella de nuevo. La misma chica, sentada a su lado y en la pantalla.
-Todos nos hemos enamorado de alguna actriz de cine.
-No era eso. La chica no era nadie en especial, no era reconocible. Lo que sí vi claro es que su donjuanismo estaba arraigado en ese sueño. Y esa era la cuestión que debíamos resolver.
>>Entonces fue cuando pasaron dos cosas inesperadas. La primera es que curé al paciente y la segunda... bueno, la segunda es que... digamos que no se enamoró de mí, como era de esperar.
-¿Seguro que es así como debes contarlo?
-Esta humillación me parece desde todo punto de vista injustificada. Dudo que vuelva a visitarte después de esto.
-Sabes que no hay nada que pueda hacer al respecto.
-Por lo visto yo tampoco. Lo que sucedió es que, al contrario de lo que suele ser habitual, di con la clave del problema de mi paciente. Y di con ella demasiado pronto. Quiero decir, que no hubo tiempo para que la terapia llegara a ese momento en el que él se enamoraba de mí. Pero, por lo visto, sí dio tiempo a que yo me enamorara de él.
>>Reconóceme que la situación se las trae.
-Desde luego que se las trae. Curar a alguien en nuestra profesión es tan improbable como un trébol de cuatro hojas. Y enamorarse de un paciente rompe varias normas éticas.
-Como si eso se pudiera controlar. Ahora me dirás que eso no te ha pasado nunca.
-No es esa la cuestión. Cuéntame cómo diste con la solución.
-Una noche me quedé viendo la tele hasta tarde y sucedió una de esas casualidades tan útiles para resolver según qué historias.
-Puedes ahorrarte los sarcasmos.
-Si tú lo dices. Sabes que tengo algunos problemas de sueño. Me adormilé mientras echaban un documental sobre el pop nórdico de comienzos de siglo. Me desperté de golpe cuando vi unas imágenes idénticas al sueño de mi paciente. No conseguí enterarme bien de lo que hablaban así que al día siguiente busqué el programa en internet. ¿Te puedes creer que no lo tenían colgado? Tuve que pedirles encarecidamente que me enviaran una copia del documental. Luego todo fue muy fácil. Las imágenes se correspondía al vídeo de una canción llamada “Gloria” de unos tal... ¿cómo era? Mando... Mando Diao o algo así.
>>Cuando se lo conté a mi paciente y vio el vídeo, recordó que durante niño, posiblemente en esa edad en la que todavía no somos capaces de retener los recuerdos, vio el vídeo una y mil veces. Su padre se lo confirmó. De ahí surgía su impulso incesante de conquistar mujeres desconocidas.
>>Resuelto el sueño se acabó el donjuanismo y se marchó para siempre de mi consulta sin intentar conquistarme.
>>¿Está bien así? ¿Crees que Él se dará por satisfecho?
-Espera, me están haciendo señas... Sí, parece que ha valido. Hemos terminado. Por si te interesa: al parecer, tus interrupciones y quejas estaban previstas, no le han sorprendido.
-Será cabrón. Esto es el colmo. Me largo de aquí. Conmigo que no vuelva a contar para ninguno de sus cuentos de mierda.
2 comentarios:
Muy bueno eso de que los personajes hablen del escritor. Me ha recordado a un espectáculo de títeres que vi hace unos años. Eran una compañia brasileña que hacian cine negro en titere de mesa. El momento más algido fue cuando el títere se da cuenta de que hay un tipo moviendole las piernas y trata de liberarse.
A ver si saco un rato y me pogo con tu novela por fasículos.
Miguel-On
Una marioneta intentando soltarse del que mueve los hilos, eso es exactamente la terapeuta de mi cuenta. Qué interesante. A mí todas estas historias en las que los personajes entablan conversación con el autor me recuerdan a "Niebla" de Unamuno. (Nótese que el autor está endiosado y obliga a sus personajes a que le nombren como Él, con mayúscula.)
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