TRACKLIST. Pincha aquí para ver el listado de cuentos y las canciones que los inspiran (y si pinchas en los títulos en azul o rosa, podrás leer el cuento).

De la contraportada del libro

29 canciones. De Los Planetas a Pulp, pasando por Surfin´ Bichos, Pet Shop Boys y Lou Reed. De todas las cosas que se pueden hacer con ellas, Federico Montalbán escribió 26 cuentos. Y Casanovas, sin leerlos, constuyó la banda sonora en imágenes mientras oía las mismas canciones. Música, literatura e ilustración. Tres en uno.

martes, 30 de septiembre de 2008

Pequeña nota autobiográfica (II)

B.S.n.O.
Los Marañones
Canción: Black Experience
Álbum: Experiencia negra


Envidiábamos tanto a Máximo. Le bastaba un segundo y cerrar los ojos para quedarse dormido como un bendito, estuviéramos donde estuviéramos. Era como un superpoder.

Teníamos una tienda de campaña que compramos entre todos. Ponía que era para cuatro personas. Qué mentira tan grande. Allí nos llegábamos a meter hasta cinco tíos. Entre el pelo de Patxi en la cara, los pies de Manolo y el propio hedor era imposible dormir. A pesar de la ayuda extra: vinazo tinto, anís seco, porros en ele... Como podíamos, cambiábamos de postura y contábamos ovejitas. Pero nada. Sin embargo, Máximo hacía horas que dormía. Y, por si fuera poco, nos lo restregaba por la cara roncando como una bestia del averno, signifique eso lo que signifique. Sigue negando que ronca. Pero ronca. Vaya si ronca. Vive dios que sí.

Nosotros lo conocíamos y lo queríamos como era, pero los primeros pasajeros del tren de cercanías que se asomaban a las escaleras para bajar a la estación de RENFE ponían cara de horror al escuchar aquello y salían despavoridos. Al fondo de las escaleras había un rellano donde una verja metálica cortaba el paso a la estación hasta la hora de apertura. En ese rellano nos tumbamos Gabriel, Máximo y yo, apoyados unos sobre otros, a esperar que saliera el primer tren de vuelta a Murcia. Por supuesto, sólo Máximo dormía.

La noche había sido tremenda. Viajamos a Elche desde Murcia como tres groopuies de manual siguiendo a su grupo favorito. Por aquel entonces no perdonábamos ninguna actuación de Los Marañones. En el viaje de ida ya cayó una botella de Fanta y otra de lo que fuera. Vodka, creo. Mientras buscábamos el local del concierto, cayó la segunda botella de lo que fuera. Vodka también, creo. Para conseguir hielo usábamos el típico truco de entrar en los bares y pedir unos pocos cubitos porque un amigo se había dado un golpe muy fuerte y nos hacía falta aplicarle frío en el lugar de la contusión. Un plan infalible. Probadlo algún día y veréis. Cuando acabamos la segunda botella, buscamos un bar cutre y nos pedimos una ronda de tequilas. Juro que la altura de los chupitos que nos sirvieron era de palmo. Bueno, de palmo lo que se dice de palmo, quizá no, pero eran, por lo menos, el doble de altos que los habituales.

El alcohol no nos distrajo de nuestras obligaciones y llegamos con tiempo de sobra al concierto. Botamos como locos desde la primera canción. El resto del auditorio estaba allí por casualidad o curiosidad. Nosotros no. Nosotros éramos los fans number one del mejor grupo murciano de rock de todos los tiempos. Nos había dado por pedir a grito pelado la canción Black Experience y hacer el símbolo feminista del triángulo con los dedos mientras la pedíamos. ¿Por qué? Ni idea. Sólo sé que nunca aceptaron nuestra petición.

El concierto duró mucho más de lo previsto. Los Marañones agotaron su repertorio, menos Black Experience, y se lanzaron a las versiones. El manager no paraba de pedirles que pararan. Creo que se le ponían los pelos como escarpias de pensar que hubiera por ahí algún pájaro de la SGAE y los hundieran pidiendo derechos de autor de tanto cover. Pero aquello era un duelo entre los músicos y tres energúmenos que no dejaban de brincar, empujarse y dar patadas. Al final, si mal no recuerdo, ganamos nosotros.

El segurata abrió la verja y nos miró con cara de desconcierto. Supongo que no sabía si mosquearse o echarse a llorar. Despertamos a Máximo y volvimos a Murcia acunados por el traqueteo del tren.

Al entrar a mi portal, me encontré con una vecina de cierta edad que hasta entonces me miraba con ojos de decir menos mal que todavía quedan jóvenes responsables en nuestra comunidad. Era locutora de una emisora local de La COPE y desde aquella mañana no volvió a devolverme el saludo.

Entré en casa con mucha dignidad y volví a explicarle a mi madre que los viernes no tenía clase y que podía irme directamente a la cama. Era una explicación muy alambicada que había ideado para salir los jueves sin miramientos de ningún tipo. Mi madre me dejó hablar. Cuando acabé, me dijo:

―Está bien, hijo. Pero hoy es sábado.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Amor abollado

B.S.n.O.
Surfin´ Bichos
Canción: Gente abollada y Comida china y subfusiles
Álbum: La luz en tus entrañas y El amigo de las tormentas (respectivamente)
Según el día y la hora, frente a la ventana enrejada de Reme había más o menos gente haciendo cola. Si el viernes noche te sorprendía sin nada que echarte a la vena, te tocaría esperar un buen rato hasta conseguir uno de esos pedacitos de gloria que Reme vendía envueltos en papel de plata. Juanma solía madrugar para no aguantar aglomeraciones. Antes de las diez de la mañana ya había hecho la compra, a pesar de los insultos que Reme le dirigía por despertarle. Odiaba coincidir con otros yonquis. No sabía por qué. Bueno, sí lo sabía. Aquellos colgados, ojerosos y mellados, le ponían en evidencia. Él no era un yonqui auténtico, sólo un proyecto de músico o poeta o cualquier cosa con pose autodestructiva. No le gustaba que descubrieran su impostura. Además, los otros yonquis, los de verdad, le miraban siempre por encima del hombro.
Le sorprendió verla tan temprano frente a la ventana. Parecía impaciente. Quizás Reme no estaba. Juanma le explicó que había que insistir y golpeó con fuerza la persiana bajada. Esa noche compartieron duermevelas y ausencias. Y en mitad de la lucidez onírica de la heroína, se enamoraron.
Los amores verdaderos tienen su propio lenguaje secreto. Juanma y su chica llamaban a las drogas con nombres de comida china. Rollito de primavera. Chop suey. Cerdo agridulce. Pan de gamba. Cada uno de esos nombres significaba un tipo de sustancia, una dosis precisa, un polvo concreto, un nuevo matiz amoroso.
Durante algunos años fue una historia de amor como en el cine. Después, Juanma se despertó y pensó en ella ahí tirada, muriéndose en la cama de un hospital. Sola. Le habían prohibido verla. Todos eran mayores de edad, él no le enseñó nada que ella no supiera ya pero le habían prohibido verla. Se moría allí sola, agonizando de dolor, aislada. Mierda.
Calentó el chino y aspiró. El dolor se fue o se quedó olvidado en algún rincón oscuro. Bendita anestesia. Sintió ganas de vomitar pero pudo contenerse. Despacio, se dejó caer del sillón. El suelo le resultó fresco y acogedor. Se agarró las rodillas con ambas manos y se encogió todo lo que pudo. Hizo un esfuerzo por respirar rítmicamente. Entonces se durmió y soñó que entraba en el hospital armado con un subfusil infalible y acribillaba al celador de recepción y a un par de enfermeras y al médico de su chica y a sus padres y a todos los hijos de puta que se entrometían.
Sólo quedaron ellos dos tras la masacre. La desconectó con cuidado de las máquinas y los sueros. Ella se quejó levemente. ¿Te duele? No, amor mío. La ayudó a levantarse. Ella dijo que podía andar. Se apoyó en su brazo y se alejó de la cama. Recorrieron pasillos desiertos esquivando los cadáveres. Ya nadie nos molestará, prometió alguno de los dos. Salieron juntos del hospital. Afuera les esperaban unos maravillosos cielos fucsia.