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De la contraportada del libro

29 canciones. De Los Planetas a Pulp, pasando por Surfin´ Bichos, Pet Shop Boys y Lou Reed. De todas las cosas que se pueden hacer con ellas, Federico Montalbán escribió 26 cuentos. Y Casanovas, sin leerlos, constuyó la banda sonora en imágenes mientras oía las mismas canciones. Música, literatura e ilustración. Tres en uno.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Amor abollado

B.S.n.O.
Surfin´ Bichos
Canción: Gente abollada y Comida china y subfusiles
Álbum: La luz en tus entrañas y El amigo de las tormentas (respectivamente)
Según el día y la hora, frente a la ventana enrejada de Reme había más o menos gente haciendo cola. Si el viernes noche te sorprendía sin nada que echarte a la vena, te tocaría esperar un buen rato hasta conseguir uno de esos pedacitos de gloria que Reme vendía envueltos en papel de plata. Juanma solía madrugar para no aguantar aglomeraciones. Antes de las diez de la mañana ya había hecho la compra, a pesar de los insultos que Reme le dirigía por despertarle. Odiaba coincidir con otros yonquis. No sabía por qué. Bueno, sí lo sabía. Aquellos colgados, ojerosos y mellados, le ponían en evidencia. Él no era un yonqui auténtico, sólo un proyecto de músico o poeta o cualquier cosa con pose autodestructiva. No le gustaba que descubrieran su impostura. Además, los otros yonquis, los de verdad, le miraban siempre por encima del hombro.
Le sorprendió verla tan temprano frente a la ventana. Parecía impaciente. Quizás Reme no estaba. Juanma le explicó que había que insistir y golpeó con fuerza la persiana bajada. Esa noche compartieron duermevelas y ausencias. Y en mitad de la lucidez onírica de la heroína, se enamoraron.
Los amores verdaderos tienen su propio lenguaje secreto. Juanma y su chica llamaban a las drogas con nombres de comida china. Rollito de primavera. Chop suey. Cerdo agridulce. Pan de gamba. Cada uno de esos nombres significaba un tipo de sustancia, una dosis precisa, un polvo concreto, un nuevo matiz amoroso.
Durante algunos años fue una historia de amor como en el cine. Después, Juanma se despertó y pensó en ella ahí tirada, muriéndose en la cama de un hospital. Sola. Le habían prohibido verla. Todos eran mayores de edad, él no le enseñó nada que ella no supiera ya pero le habían prohibido verla. Se moría allí sola, agonizando de dolor, aislada. Mierda.
Calentó el chino y aspiró. El dolor se fue o se quedó olvidado en algún rincón oscuro. Bendita anestesia. Sintió ganas de vomitar pero pudo contenerse. Despacio, se dejó caer del sillón. El suelo le resultó fresco y acogedor. Se agarró las rodillas con ambas manos y se encogió todo lo que pudo. Hizo un esfuerzo por respirar rítmicamente. Entonces se durmió y soñó que entraba en el hospital armado con un subfusil infalible y acribillaba al celador de recepción y a un par de enfermeras y al médico de su chica y a sus padres y a todos los hijos de puta que se entrometían.
Sólo quedaron ellos dos tras la masacre. La desconectó con cuidado de las máquinas y los sueros. Ella se quejó levemente. ¿Te duele? No, amor mío. La ayudó a levantarse. Ella dijo que podía andar. Se apoyó en su brazo y se alejó de la cama. Recorrieron pasillos desiertos esquivando los cadáveres. Ya nadie nos molestará, prometió alguno de los dos. Salieron juntos del hospital. Afuera les esperaban unos maravillosos cielos fucsia.

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